El Heraldo (Colombia)

La separación entre el autor y su obra

¿Y si nuestro artista favorito resulta ser un monstruo?

- GISELA SAVDIE savdieg@gmail.com

En una entrevista reciente con Emily Nussbaum, reconocida crítica de televisión del New Yorker y ganadora del Premio Pulitzer, se discutió un tema que me ha llamado la atención aun antes de la aparición del movimiento #MeToo, y se refiere a cómo enfocarnos ante una obra de arte cuyo autor es un abusador.

El primer ejemplo que surge es el del escritor y director Woody Allen, idealizado por tantas generacion­es, cuya hija apareció recienteme­nte denunciand­o abuso sexual cuando era apenas una niña. A pesar de que el director nunca ha aceptado las acusacione­s, muchas actrices y actores le retiraron su apoyo, donando las regalías de sus películas al movimiento.

Pero la reflexión va aun mas allá, si pensamos que muchas de las películas de Allen denuncian precisamen­te aquello de lo cual se le acusa. En muchas de ellas no solo se refleja sino se cuestiona la relación de un hombre mayor con una adolescent­e. Entonces ¿con qué lente las miramos, si es que decidimos continuar viendo sus películas?

Igual podría decirse de la obra de Roman Polanski, acusado de violación a una menor en los años 70 y prófugo de la justicia norteameri­cana desde entonces. Su obra es maravillos­a, y en muchos casos representa una denuncia a la condición de la mujer. Como menciona Nussbaum en su entrevista, El bebé de Rosemary es “una obra de arte feminista creada por un criminal sexual”.

En el último Festival de Cannes se le rindió homenaje especial a Alain Delon por su labor artística. Si bien es cierto que este actor cuenta con una carrera admirable, hacerle este homenaje después de que su hijo denunció los abusos físicos y psicológic­os que cometió contra su madre, ¿no es perpetuar la conducta? A pesar de que el movimiento #MeToo se pronunció contra ello, el homenaje se llevó a cabo con la excusa de que hay que separar al autor de la obra, pero ¿no significa esto mostrar a las nuevas generacion­es que el abuso no tiene mayores consecuenc­ias?

Y lo mismo puede aplicarse a la literatura, donde saltan ejemplos como Philip Roth (Mi vida como hombre), Henry Miller (“Empiezo colocando las mujeres en un pedestal y después…”), y Pablo Neruda (“me gustas cuando callas”), o en la pintura con Picasso, uno de sus máximos exponentes, para no hablar de la música y hasta del mismo lenguaje, que nos lleva a concluir que habrá que pasar por un proceso de “desaprendi­zaje” antes de poder vislumbrar un verdadero cambio.

Es difícil encontrar una respuesta, y cada caso tiene sus particular­idades. Lo importante es reconocer que la discusión está abierta y el personaje detrás de su obra ya no detenta poder absoluto. Es esencial mostrar además que cualquiera que sea la forma que tome, el abuso tiene consecuenc­ias, y seguir justificán­dolo como parte de la cultura del momento es solo otra manera de perpetuar el problema. En este sentido el mundo del espectácul­o representa un abrebocas hacia otros medios mas cerrados donde exponer y denunciar los casos resulta mas difícil e incómodo.

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