Debates de nación
Regularmente la relevancia de los hechos, que la mayoría asumimos como históricos en el proceso de formación de las naciones, es una construcción posterior. Una vez ocurren las cosas, después de un tiempo, el pasado se ordena y se vuelve operativo a los intereses del momento en que se clasifica y a los “horizontes de expectativas” en los que se inscriben los territorios. Por supuesto, el pasado ocurrió. Es una realidad, y mientras ocurría llevaba dentro sus propias dinámicas, sus valores y valoraciones, sus propios defectos y sus propios juicios. Pero el pasado solo da lo que el presente y el futuro le piden. Esta es la razón por la que en los últimos tiempos sus estudiosos, no solo se ven precisados a enunciar las “verdades” históricas, sino también a desentrañar los mecanismos mediante los cuales se construyen esas “verdades”. Es tan importante la narración de los hechos factuales como la manera en que se “inventa”, se elabora y se transforma esa narración con el paso del tiempo. Es el relato, pero también quienes lo producen y controlan, y la manera como se consume.
Ahora, en plena conmemoración de otro Bicentenario, cuando las flores puestas a los pies de los monumentos el pasado 7 de agosto apenas empiezan a marchitarse, valen la pena recordar que alguna vez –y quizá ha sido así desde siempre– San Andrés y Providencia no se encontraron representados en este relato histórico nacional. En su libro Celebraciones centenarias, el historiador Raúl Román cita un valioso documento que es, sin duda, un excelente resumen de lo que ha sido la incorporación de ese territorio al discurso de la nación. En 1919, el país –por lo menos desde el centro–, se preparaba para conmemorar el centenario de la Batalla de Boyacá. Desde el archipiélago, Simón Howard difundió por varios medios de prensa un
texto cuyo título era ya una declaración de principios: “Traición a la sombra del próximo centenario”. Panamá todavía estaba fresco y Howard lo recordó: dijo que San Andrés y Providencia estaban expuestos a las “vicisitudes y traidores de levita” y que sus habitantes eran puestos en la “categoría de ganado que se ofrece a la venta para los carniceros yankees”.
El isleño fue más explícito y contundente: “Tratados como colonos no podemos hallar diferencia entre un virrey de tiempo colonial y los republicanos. Lo cierto es que las fechas del 20 de julio y el 7 de agosto no tienen para nosotros colonos, significación patriótica, todo lo contrario nos hace pensar en la injusticia, la parcialidad y el egoísmo de nuestros gobernantes por no decir el despotismo, pues nos privan del derecho que tienen los continentales bajo el tricolor patrio y nos hacen sentir el yugo colonial”, dijo. Han pasado cien años desde aquel documento amargo que escribió Simón Howard. Puestas en contexto, quizá todavía sus preocupaciones sigan teniendo vigencia.
Estos serían los debates de nación, desde la oficialidad –porque la academia los asume hace rato–, a los que debería llevarnos la conmemoración del Bicentenario.