La humanización de las mascotas
Me encantan los animales y vivo en una casa que siete personas compartimos con diez gatos, dos perros, toda clase de pájaros (en libertad) y toda la fauna pequeña de nuestras tierras: lobitos, cuquecas, mariposas, arañas, hormigas
y los inefables mosquitos que están en su temporada álgida. Ninguno de los domesticados duerme sobre mis sillones o cama y ni siquiera les permito subir a husmear a mi apartamento (los gatos son terriblemente curiosos, tramadores y manipuladores). Pero en el patio abierto, donde cada uno de ellos retoza o caza a placer, me encanta disfrutar su presencia y observar cuán distintos son perros y gatos, lo que me ha probado que, de verdad, no se tienen confianza así convivan en más tolerancia que nosotros, los mamíferos mayores, que estamos haciendo denodados esfuerzos por aniquilar a otras especies solo por dinero y se nos ha dado por hacer de las mascotas, en especial gatos y perros, una extensión de nuestra familia o receptores de nuestras falencias y la soledad interior, con lo que los perturbamos hasta el estrés con esa pretensión de humanizarlos.
Por ejemplo, vestir a un gato, es como si a nosotros nos pusieran una armadura metálica que no nos permitiese ni rascarnos: los felinos necesitan lamerse en forma permanente para asearse y entre ellos como expresión de simpatía y aceptación. Entonces, un minino disfrazado de persona es un animal sufriendo. Un perro, forrado y con gorro o con moños tan grandes como los que en mala hora están de moda para las niñas que aún no caminan y hasta de cinco años, tiene un enloquecedor estorbo (para ellas también) que les entorpece su natural actividad. Entonces encuentra uno animalitos desesperados, que no logran deshacerse de los perendengues que sus dueños le ponen y consideran una forma de asemejarlos a ellos mismos. ¡Válgame Dios! Pero la campana de la olla de presión la constituyen las fiestas de mascotas.
He visto videos y fotografías de varias de estas fiestas de cumpleaños de perros y gatos, con recordatorios, servilletas marcadas, regalos variados, torta y pasabocas para los animalitos atendidos por personal muy bien uniformado que les llevan a la boca los trocitos de galletas y otras delicias preparadas exclusivamente ellos y los propietarios, en el colmo de la alegría y el disfrute. Créanme que amo y respeto el derecho de hacer lo que a uno mejor le parezca en uso de la libertad, pero en un país donde más de tres millones de personas se acuestan y se levantan con hambre, este espectáculo me hace berrear de impotencia y me indigna porque me comprueba que de verdad somos la especie más inapropiada de la naturaleza y que algo falló en la evolución para hacernos capaces de tal desproporción, que termina siendo una tortura más para los indefensos animales domésticos.