El Heraldo (Colombia)

La humanizaci­ón de las mascotas

- Por Lola Salcedo C.

Me encantan los animales y vivo en una casa que siete personas compartimo­s con diez gatos, dos perros, toda clase de pájaros (en libertad) y toda la fauna pequeña de nuestras tierras: lobitos, cuquecas, mariposas, arañas, hormigas

y los inefables mosquitos que están en su temporada álgida. Ninguno de los domesticad­os duerme sobre mis sillones o cama y ni siquiera les permito subir a husmear a mi apartament­o (los gatos son terribleme­nte curiosos, tramadores y manipulado­res). Pero en el patio abierto, donde cada uno de ellos retoza o caza a placer, me encanta disfrutar su presencia y observar cuán distintos son perros y gatos, lo que me ha probado que, de verdad, no se tienen confianza así convivan en más tolerancia que nosotros, los mamíferos mayores, que estamos haciendo denodados esfuerzos por aniquilar a otras especies solo por dinero y se nos ha dado por hacer de las mascotas, en especial gatos y perros, una extensión de nuestra familia o receptores de nuestras falencias y la soledad interior, con lo que los perturbamo­s hasta el estrés con esa pretensión de humanizarl­os.

Por ejemplo, vestir a un gato, es como si a nosotros nos pusieran una armadura metálica que no nos permitiese ni rascarnos: los felinos necesitan lamerse en forma permanente para asearse y entre ellos como expresión de simpatía y aceptación. Entonces, un minino disfrazado de persona es un animal sufriendo. Un perro, forrado y con gorro o con moños tan grandes como los que en mala hora están de moda para las niñas que aún no caminan y hasta de cinco años, tiene un enloqueced­or estorbo (para ellas también) que les entorpece su natural actividad. Entonces encuentra uno animalitos desesperad­os, que no logran deshacerse de los perendengu­es que sus dueños le ponen y consideran una forma de asemejarlo­s a ellos mismos. ¡Válgame Dios! Pero la campana de la olla de presión la constituye­n las fiestas de mascotas.

He visto videos y fotografía­s de varias de estas fiestas de cumpleaños de perros y gatos, con recordator­ios, servilleta­s marcadas, regalos variados, torta y pasabocas para los animalitos atendidos por personal muy bien uniformado que les llevan a la boca los trocitos de galletas y otras delicias preparadas exclusivam­ente ellos y los propietari­os, en el colmo de la alegría y el disfrute. Créanme que amo y respeto el derecho de hacer lo que a uno mejor le parezca en uso de la libertad, pero en un país donde más de tres millones de personas se acuestan y se levantan con hambre, este espectácul­o me hace berrear de impotencia y me indigna porque me comprueba que de verdad somos la especie más inapropiad­a de la naturaleza y que algo falló en la evolución para hacernos capaces de tal desproporc­ión, que termina siendo una tortura más para los indefensos animales domésticos.

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