¿Y los derechos de los perros?
Siempre me pregunté a donde marchan las almas de los perros cuando se van. Debía ser, suponía, un lugar mejor que premiara su abnegación en la tierra.
De arriba debieron verlos cuando lo esperaban a uno con un resorte en la cola y empezaban a correr como locos por todo el patio para
dejarnos ver su contentura.
O cuando literalmente se orinaban de la dicha porque eran ellos los que no podían con nuestros arranques de ternura.
No hacía falta que rieran para hacernos sentir esa magia.
No conoceríamos nada más transparente. Ni más leal. Ni más conforme.
Ellos entendían si nos íbamos presurosos, y entonces nos miraban en la distancia con esos ojos profundos y misteriosos que espabilaban con los latidos del corazón. O si regresábamos despacio, con una carga en los hombros, pues se acurrucaban al pie de la puerta y lanzaban un ladrido, uno solo, para decirnos: no olvides que aquí estoy yo.
Pero tienen que despedirse. Más temprano de lo que uno imagina.
Se van en el mes que la naturaleza escogió para que fuera el más doloroso, y abren, al hacerlo, esa ventana misteriosa por la que solo caben las sombras.
Alguien, que hoy me mira por las mismas rendijas, me dijo una vez que los perros son ángeles de cuatro patas que nos prestan desde el Cielo.
Es verdad. Pero creemos que son para siempre, hasta cuando despliegan sus alas y nos parten el corazón en mil pedazos.
Es entonces cuando dimensionamos lo que en verdad hicieron en nuestras vidas, aunque sea demasiado tarde para sobarles la barriga.
Menos mal ya no verán nuestras lágrimas, porque irrumpirían en un llanto sobrecogedor que alguna vez nos sorprendió de madrugada.
Nada más cercano a una condición humana que un perro altanero o bonachón. Por eso resulta inexplicable que hoy el país esté de pie por los derechos de un úrsido de anteojos, cuando debió hacerlo, primero, por los cánidos de la casa.
¿Sabían ustedes, que en Colombia hay un perro por cada 9 habitantes, según el censo para vacunación antirrábica del Ministerio de Salud? Ese es un promedio superior al del mundo, donde hay un canino por cada 16 personas.
Tanto aquí como en el resto del planeta, las personas los buscan fundamentalmente para espantar la soledad.
De hecho, en España hay más animales de compañía que niños menores de 15 años. Lo mismo en París, donde hay una empresa de servicios públicos exclusivamente para recoger el popó de los perros en la calle.
Pues bien, esas cifras frías lo que demuestran, esencialmente, es que el amor perruno es un acontecimiento universal, que está por encima de todo orden jurídico.
Probablemente lo descubrimos cuando ya no nos esperaban en el portón. Pero es tan cierto, que no deja dudas ante lo que siempre me pregunté.
No. Las almas de los perros no se van. Se quedan con uno para que nunca olvidemos que la felicidad existe. albertomartinezmonterrosa@ gmail.com @AlbertoMtinezM