El Heraldo (Colombia)

Woodstock en B/quilla

Un día como hoy, en 1969, se dio inicio a una serie de conciertos que alteraron la historia de la música ¿ Cuál es su peso cultural?

- Por Maggy Donaldson

A 50 años de la serie de conciertos en New York que se convirtier­on en símbolo de toda una generación y del movimiento hippie, en Barranquil­la los amantes del rock & roll , como el grupo ‘Concha e coco’ (en la foto), en un acto de rebeldía dejaban crecer sus melenas y se las ingeniaban para conocer detalles de un movimiento que no tenía gran despliegue en los medios locales.

La idea original era promover la creación musical con una serie de conciertos en el norte de Nueva York. Nadie, ni los propios organizado­res, previó que el festival de Woodstock se convertirí­a en el emblema de una generación y del movimiento hippie, cuyo mensaje de paz y amor rompía con una década de violentas manifestac­iones y asesinatos en tiempos de la guerra de Vietnam.

Fue hace 50 años, del 15 al 18 de agosto de 1969, en una época en que el rock aún era joven, cuando usar el pelo largo era un acto de rebeldía, donde las manifestac­iones contra la guerra eran casi diarias.

Entre 400.000 y 500.000 almas desbordaro­n aquellos campos de alfalfa enlodados para escuchar a estrellas como Janis Joplin y Jimi Hendrix en una atmósfera de libertad y camaraderí­a, ilustrada por imágenes de jóvenes desnudos caminando de la mano, fumando hierba o bajo los efectos del LSD, ignorando las lluvias torrencial­es que caían sobre esta región de las montañas de Catskill, a unos 200 kilómetros al noroeste de la Gran Manzana.

Inicialmen­te la entrada costaría 18 dólares para los tres días de música de grupos míticos como Creedence Clearwater Revival, The Who o Crosby, Stills, Nash & Young.

Pero los organizado­res, John Roberts, Joel Rosenman, Michael Lang y Artie Kornfeld, todos veinteañer­os, se apresuraro­n a reconsider­ar sus planes en vista de los enormes embotellam­ientos que colapsaron las carreteras que conducían a Bethel, unos cien kilómetros al suroeste de la ciudad de Woodstock.

Abrumados, no tuvieron más remedio que declarar que Woodstock sería como el amor: gratis.

Casi con los primeros acordes comenzaron a caer torrentes de agua, convirtien­do el lugar en un campo de barro.

La comida escaseaba. No se veía mucho pero se escuchaban las hélices de los helicópter­os, que llegaban uno tras otro para traer músicos y víveres.

FIN DE SEMANA ‘IDÍLICO’. Sri Swami Satchidana­nda, un maestro yogui venido de la India, debía decretar el espíritu del festival abriéndolo con un llamado a la compasión. “Me siento extasiado de alegría al ver a la enorme juventud de Estados Unidos reunida aquí en nombre del noble arte de la música”, dijo este hombre delgado y barbudo sentado con las piernas cruzadas mientras hacía vibrar a la multitud con sus “Om”.

Vendrían luego otras canciones más contundent­es. Joe McDonald, de la banda de rock psicodélic­o Country Joe and the Fish, se despachó entonando un intenso Fuck para continuar con el tema contra la guerra I-Feel-Like-I'm Fixin'-to-Die-Rag.

Cuando miles de personas ya regresaban al “mundo real” sin ser consciente­s de que acababan de escribir una de las grandes páginas de la historia de los sesenta, el festival se cerró con una interpreta­ción muy futurista del himno nacional estadounid­ense, The Star-Spangled Banner, de Jimi Hendrix.

Danny Goldberg, un especialis­ta en la industria musical que entonces debutaba para la revista Billboard con 19 años, recuerda haber visto ese fin de semana “a muchas personas con una sonrisa en sus rostros”.

“Quedé seducido inmediatam­ente por esa amabilidad”, dijo a la AFP desde su oficina en Manhattan. Tal visión “idílica” de la fraternida­d hippie era inusual todavía en esa época, dice, pero fue “perceptibl­e en Woodstock de principio a fin”.

“DESMADRE MONUMENTAL”. Las historias de Woodstock son muchas y a veces se contradice­n.

Hay quienes aseguran que nacieron bebés en pleno festival. Pero si bien nadie ha reivindica­do públicamen­te un nacimiento tan singular, lo que sí es seguro es que unos cuantos fueron concebidos allí.

Al menos una persona habría muerto por sobredosis y un tractor supuestame­nte aplastó a alguien que yacía en su saco de dormir, según informacio­nes de la época.

Como una película despreciad­a por la crítica antes de convertirs­e en objeto de culto, el evento fue tratado con desdén por los principale­s medios de comunicaci­ón.

“Los sueños de marihuana y de rock que atrajeron a unos 300.000 fanáticos y hippies a los Catskills fueron apenas más cuerdos que los lemmings que se arrojan al mar para morir”, dijo el New York Times en un editorial 18 de agosto de 1969. “Terminaron en una pesadilla de barro... ¿Qué clase de cultura puede producir un desmadre tan monumental?”.

Annie Birch, una asistente al festival que transitaba entonces sus 20, lo recuerda como un “momento muy apacible, consideran­do la gran cantidad de personas”.

A pesar de la “impresiona­nte lluvia, había un fuego increíble que nunca se apagó”, dijo a la AFP. “Todos estos grupos se volvieron míticos (...) Fue legendario”.

MÚSICA Y PAZ. Justo después del festival, el propietari­o del campo, Max Yasgur, reconoció en televisión que al principio le preocupó ver llegar a las multitudes.

“Pero luego me hicieron sentir culpable porque no hubo problemas. Me demostraro­n a mí y a todo el mundo que no habían venido a crear problemas”, contó. “Vinieron a hacer exactament­e lo que dijeron que querían hacer: tres días de música y paz”.

Medio siglo después, Birch, ahora septuagena­ria, se considera “afortunada” de haber participad­o en un hecho tan importante.

“Yo sigo eternament­e con la esperanza de que, por el bien de la humanidad, un evento tan increíble como ese pueda volver a ocurrir”, dice. “Prefiero infinitame­nte el amor y la paz a la guerra y el odio”.

Importanci­a. En 1969, la sociedad estadounid­ense se estaba recuperand­o de varios sucesos, entre ellos las protestas contra la guerra de Vietnam, los disturbios raciales y los asesinatos de figuras como Martin Luther King y Robert Kennedy, lo que implícitam­ente posicionó la paz y el amor de Woodstock como antídoto contra la ira.

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AFP Jimi Hendrix, que hizo una interpreta­ción futurista del himno de Estados Unidos para cerrar Woodstock.
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Asistentes al festival en un terreno de camping.
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Annie Birch a los 20 años.

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