Pseudociencia
Encontré por primera vez el término pseudociencia en El mundo y sus demonios, un libro que Carl Sagan publicó a mediados de los años noventa y en el que intentó explicar la importancia que tienen el método científico, el escepticismo y el pensamiento crítico para la vida cotidiana. Volví a pensar en aquella obra, que llevaba ya algunos años sin consultar, luego de toparme con un par de temas divulgados por dos medios de amplia circulación y prestigio. Para mi sorpresa, constaté que en una emisora y en una revista supuestamente serias se hablaba sin pudor sobre la astrología (una pseudociencia), incluso mencionando, como a modo de certeza y validación, que varios de nuestros recientes presidentes pertenecían a un mismo signo zodiacal. Todo parece trivial, hasta inocuo, pero precisamente en eso reside el peligro de este tipo de creencias, que poco a poco y sin daño aparente, distorsionan la relación de las personas con la realidad.
En este momento de la historia, cualquiera debería entender que la influencia que tiene sobre nosotros la posición relativa de unas inmensas esferas de gas brillando por la fusión nuclear a miles de millones de kilómetros de distancia, en combinación con la posición relativa de los planetas del sistema solar al momento de nacer, es ninguna. Publicar noticias o notas sobre la astrología, o cualquier otra cosa similar, no constituye un entretenimiento inofensivo, sustentan un entendimiento del mundo que se superó hace siglos y que le abre la puerta a otro cúmulo de charlatanerías y engaños. Cristales mágicos, piedras poderosas, velas con colores salvadores, abducciones extraterrestres, fantasmas; hay una lista interminable de fenómenos que todavía encuentran asidero entre la gente, a pesar de toda la información disponible que los desmiente.
Una mente que no ejerce el escepticismo es presa fácil del engaño, hay sólo un paso entre creer en el horóscopo y creer en cualquier insensatez que pueda vociferar algún político inflamado. Aceptar las bobadas de la pseudociencia nos hace proclives a tragar entero, a no verificar, a dar por cierto todo lo que se dice. Si hace algunas décadas esto revestía atención, hoy supone un estado de alerta máxima: expuestos a una miríada de información minuto a minuto, el escepticismo ha cobrado una importancia mayor. No podríamos estar denunciando las noticias falsas y los engaños mediáticos, si al mismo tiempo permitimos que nos hablen de los rasgos de personalidad de los Leo o de las tribulaciones de la era de Acuario.
Las maravillas de la ciencia bastan para asombrar a cualquiera, no hacen falta duendes ni brujas. La divulgación científica merece mayor importancia, primeras planas, con análisis bien hechos y de cómoda lectura, la credulidad y la falta de rigor nos puede llevar al abismo. Volviendo a Sagan, El mundo y sus demonios debería ser lectura obligada en el bachillerato, ojalá los colegios les prestaran más atención a estos asuntos.