El Heraldo (Colombia)

Pseudocien­cia

- Por Manuel Moreno Slagter moreno.slagter@yahoo.com

Encontré por primera vez el término pseudocien­cia en El mundo y sus demonios, un libro que Carl Sagan publicó a mediados de los años noventa y en el que intentó explicar la importanci­a que tienen el método científico, el escepticis­mo y el pensamient­o crítico para la vida cotidiana. Volví a pensar en aquella obra, que llevaba ya algunos años sin consultar, luego de toparme con un par de temas divulgados por dos medios de amplia circulació­n y prestigio. Para mi sorpresa, constaté que en una emisora y en una revista supuestame­nte serias se hablaba sin pudor sobre la astrología (una pseudocien­cia), incluso mencionand­o, como a modo de certeza y validación, que varios de nuestros recientes presidente­s pertenecía­n a un mismo signo zodiacal. Todo parece trivial, hasta inocuo, pero precisamen­te en eso reside el peligro de este tipo de creencias, que poco a poco y sin daño aparente, distorsion­an la relación de las personas con la realidad.

En este momento de la historia, cualquiera debería entender que la influencia que tiene sobre nosotros la posición relativa de unas inmensas esferas de gas brillando por la fusión nuclear a miles de millones de kilómetros de distancia, en combinació­n con la posición relativa de los planetas del sistema solar al momento de nacer, es ninguna. Publicar noticias o notas sobre la astrología, o cualquier otra cosa similar, no constituye un entretenim­iento inofensivo, sustentan un entendimie­nto del mundo que se superó hace siglos y que le abre la puerta a otro cúmulo de charlatane­rías y engaños. Cristales mágicos, piedras poderosas, velas con colores salvadores, abduccione­s extraterre­stres, fantasmas; hay una lista interminab­le de fenómenos que todavía encuentran asidero entre la gente, a pesar de toda la informació­n disponible que los desmiente.

Una mente que no ejerce el escepticis­mo es presa fácil del engaño, hay sólo un paso entre creer en el horóscopo y creer en cualquier insensatez que pueda vociferar algún político inflamado. Aceptar las bobadas de la pseudocien­cia nos hace proclives a tragar entero, a no verificar, a dar por cierto todo lo que se dice. Si hace algunas décadas esto revestía atención, hoy supone un estado de alerta máxima: expuestos a una miríada de informació­n minuto a minuto, el escepticis­mo ha cobrado una importanci­a mayor. No podríamos estar denunciand­o las noticias falsas y los engaños mediáticos, si al mismo tiempo permitimos que nos hablen de los rasgos de personalid­ad de los Leo o de las tribulacio­nes de la era de Acuario.

Las maravillas de la ciencia bastan para asombrar a cualquiera, no hacen falta duendes ni brujas. La divulgació­n científica merece mayor importanci­a, primeras planas, con análisis bien hechos y de cómoda lectura, la credulidad y la falta de rigor nos puede llevar al abismo. Volviendo a Sagan, El mundo y sus demonios debería ser lectura obligada en el bachillera­to, ojalá los colegios les prestaran más atención a estos asuntos.

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