El Heraldo (Colombia)

La guayabera del Presidente

- PorAlberto Martínez

Entiendo,señorPresi­dente, que cuando viene al trópico gusta despojarse de los atuendos encartonad­os conque suelen juzgar el buen vestir en el país de los grises eternos.

Y que en su reemplazo, ordena una camisa que en esta zona llaman guayabera.

Hace bien lo uno. Y más o menos lo otro.

Porque usar vestido de baño y corbata a la moda, no solo violenta la etiqueta regional sino la propia condición humana.

Lo ideal es encajar el cuerpo en algo suave, claro y un poco volantón, que deje que la brisa entre y salga como en una especie de canales de ventilació­n. Ahí nuestra camisa sí que funciona.

La literatura no se pone de acuerdo sobre el origen. Algunos dicen que es de la península de Yucatán, otros que vino en un galeón de Filipinas, y unos lo remiten a las plantacion­es cubanas donde por allá por el siglo XVII –miren lo vieja que esun campesino habría pedido a su mujer que le cosiera algo fresco para combatir los bochornos de junio.

Hay, de hecho, una leyenda militar que le pone nombre propio: un tal Máximo Gómez, héroe dominicano que peleó en la revolución cubana al mando de José Martí, la habría llevado cuando andaba por el río Yayabo con un fusil al hombro.

Entonces recibió el nombre de Yayabera. Pero Gómez, siempre contestari­o, le decía guayabera, porque los bolsillos estaban hechos justamente para recoger en Bani, su tierra, las frutas comestible­s de corteza delgada y gran olor.

Con el tiempo, como todo en el Caribe, fue adoptada por las elites, que le pusieron un tono de distinción para hacerla mejor que en su cuna.

El asunto es que sí, la guayabera nos caracteriz­a.

Pero su condición libérrima no excluye las reglas.

La guayabera, preste mucha atención, no se usa pegada al cuerpo porque atenta contra su carácter vagabundo. Hay que llevarla suelta, que se note que juega un poco con el viento.

Nunca se ponga –por favoruna camisilla debajo. Eso es como llevar medias a la playa. Y como usted está un poco repuestico, una prenda pegada a la otra, causa un poco de angustia ajena. Por la guayabera, claro.

Veo que se pone las de mangas largas y las adorna con un par de mancornill­as en los puños. Bien. Pero no las lleve siempre. Para comerse una arepa de huevo, por ejemplo, no pegan.

Los colores son clave. Están bien el azul claro, el beige y el blanco transmisor de claridad y transparen­cia.

No se le vuelva a ocurrir acomodarse una guayabera anaranjada, como la que llevó a Valledupar cuando lanzó la estrategia de economía creativa. ¡Desastre total!

Dicen que el lino, entre más fino, más se arruga. Tampoco haga esas apuestas. Busque una mitad lino y mitad algodón para que no sufra con la plancha.

Por si las moscas, nunca va fajada ni se usa con corbata.

Apéela con pantalón crema, caqui, blanco o azul marino, y con mocasines al final del último pliegue.

Y si es arriesgado, adórnela con un sombrero panameño. Aunque ¿sabe qué? Mejor no nos arriesguem­os. Deje así.

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