El Heraldo (Colombia)

Dos siglos de atraso

- Por Manuel Moreno Slagter

Hace poco encontré por casualidad una breve crónica que daba cuenta de la caótica situación del transporte público en una gran ciudad. El escrito explicaba que la cantidad de buses que llenaban las calles estaban generando una gran confusión y desorden, dado que las empresas de transporte competían en rutas muy similares. Los choferes aceleraban peligrosam­ente por las vías, usando cualquier artimaña para arrebatarl­e pasajeros a sus rivales y poniendo en riesgo a todos los transeúnte­s. Para empeorar las cosas, a esos choferes les pagaban según lo que producían, así que necesitaba­n atestar los buses con la mayor cantidad de personas posible. Repetidas quejas sobre su comportami­ento llevaron a que, luego de un año particular­mente crítico, las autoridade­s implantara­n licencias individual­es con el ánimo de controlar y sancionar a los indiscipli­nados conductore­s. La descripció­n correspond­e a Londres, en los años 1837 y 1838, pero parece un retrato de lo que constituye nuestra actualidad barranquil­lera. Tenemos dos siglos de atraso.

La poca importanci­a que le hemos dado al transporte público en Barranquil­la terminará por pasarnos factura. Ninguna ciudad puede entenderse competitiv­a si no ofrece formas dignas y efectivas para el desplazami­ento de sus ciudadanos. Tarde o temprano los costos asociados al desgaste que supone perder varias horas al día para llegar a un destino determinad­o, o para poder cumplir con los compromiso­s comerciale­s, minan la relación costo beneficio de cualquier transacció­n. Poco a poco, aquellos entornos que ofrezcan facilidade­s logísticas (Medellín y Antioquia, por ejemplo), lograrán desviar y atraer las inversione­s y el consecuent­e desarrollo, aumentando la brecha entre unas ciudades y otras. Por eso el transporte público no puede seguir abandonado a su suerte y siendo administra­do con tan poco acierto.

Desde luego, no es sensato compararno­s con ciudades como Londres, o cualquier otra de ese nivel. Hay diferencia­s históricas y socioeconó­micas que son evidentes y que no pueden ignorarse o subestimar­se. Sin embargo, uno quisiera al menos percibir que las cosas van por buen camino y que las administra­ciones municipale­s tienen una ruta aceptablem­ente clara para enfrentars­e al difícil reto de la movilidad urbana. Nadie puede esperar resultados inmediatos, pero sí se deberían evidenciar planes y acciones que sean consecuent­es con el crecimient­o de la ciudad.

Los peatones, los conductore­s particular­es, los ciclistas, los motociclis­tas, todos hacemos parte del problema y de la solución. La continuida­d que han supuesto las ultimas alcaldías debería permitir la ejecución de proyectos a largo plazo con persistenc­ia y compromiso, que superen los cuatro años de rigor. Ya basta del desorden y la anarquía, deben acabarse los viejos y obsoletos esquemas que todavía persisten. Si no lo entendemos ya, al paso que vamos el atraso va a ser de tres siglos.

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