La prevención
El punto número uno para la prevención del suicidio es que puede ocurrir en cualquier miembro de cualquier familia en el mundo siempre que medien los factores que precipiten el acto. Hace unos 50 años un suicidio era una rareza, algo que escandalizaba a toda la comunidad, pues, para la época, no se comprendía por qué alguien ponía fin a su vida. Hoy, conocemos un montón de razones que pueden llevar a que un niño, adolescente, adulto joven o adulto mayor, se suicide. Por ser variopinta su etiología es extraordinariamente difícil su prevención, pero algo se puede hacer.
El segundo es aceptar que un miembro de nuestra familia o comunidad tiene serios problemas y ha hecho alusión con frecuencia a temas relacionados con la muerte, este es un punto crucial. Sorprende la frecuencia, cuando se elabora la historia clínica retrospectiva acerca del suicidio o del intento no consumado, la cantidad de veces que alguien escuchó de manera clara las referencias al tema de la muerte y la consecuente negación o minimización por parte de los familiares o el grupo. Nadie quiere tener en casa semejante situación.
Frente al suicidio consumado es necesario revisar el caso médico en retrospectiva para descartar que el o los factores que llevaron al acto, estén o no presentes todavía en casa o en el grupo y afectando a otros miembros. Eso ya es bastante, una investigación en este sentido puede hacer la diferencia. En el no consumado, la estadística mundial demuestra que si hay un seguimiento e intervención adecuada después del acto fallido, disminuyen las cifras.
La mejor prevención que conozco, en el caso de niños y adolescentes, es el acercamiento a los hijos para respirarles en la nuca pendientes de cada uno de sus actos, el mundo cambió y no podemos seguir mirándolos con ojos de todo tiempo pasado fue mejor, hay es que cuidarlos mejor. La cercanía con los hijos o familiares en riesgo permite detectar pensamiento o plan suicida, dificultad para dormir, desesperanza, bajón escolar o laboral sin justificación, aislamiento, irritabilidad, temeridad, enojo, impulsividad, cambios del humor, depresión, síntomas que pueden corresponder a cualquier patología pero pueden ser tomados como signos de alerta. No son suficientes, por supuesto, como tampoco lo es esconder todos los elementos con que pueda hacerse daño, pero ante la duda, viene el paso más importante de todos, la consulta con un especialista, sea psicólogo, psiquiatra o salubrista mental que pueda comprender las dimensiones de lo que está sucediendo.
Ninguna medida de prevención está demás, por ejemplo, en el puente Golden Gate de San Francisco, hay un teléfono con un letrero que dice “Hay esperanza, llame”, al que puede llamar quien quiera lanzarse de él y lo atenderán mediante una consejería en crisis. En últimas, basta con una persona que se pregunte si su familiar o amigo está en riesgo y actúe.