Barranquilla: nuestro nicho ecológico
Si Barranquilla fuera una mujer, probablemente no tendría opciones de ir a un reinado de belleza. A pesar de ser joven —206 años que para la vida de una ciudad es muy poco—, su desgreño, su descuido, su desaseo, sus malos olores en algunos sitios la hacen indeseable.
Hace poco, después de un aguacero, me propuse recorrer diversos lugares de Barranquilla para entender el vínculo entre el espacio y la gente que lo habita.
La primera lectura visual que deja el paisaje urbano es la desigualdad. Mientras hay un sector que disfruta de un ambiente de primer mundo, con rascacielos, modernos centros comerciales con salas de cine de última generación, anchas avenidas y parques recién construidos que dejan la impresión de una urbe moderna, el gran cuerpo de la ciudad no puede disimular que muchos de sus habitantes lo están pasando mal.
Recorrer el Centro, especialmente después de un aguacero, es deprimente: la privatización del espacio público mediante la utilización de chazas donde se venden, sin ningún control sanitario, alimentos y una gran cantidad de otros productos; talleres de mecánica que usufructúan el espacio de los peatones y arrojan sin contemplación basura en las calles; y el mercado, que en muchas ciudades latinoamericanas es un lugar de visita para los turistas, aquí es impresentable.
No se puede desconocer que Alex Char y Elsa Noguera, en sus respectivos periodos como alcaldes, realizaron una gestión valiosa para reducir la desigualdad, especialmente mediante el modelo de salud familiar y el mejoramiento de la cobertura y la calidad de la educación. Pero la ciudad es mucho más que un alcalde o un paisaje físico. Es un lugar lleno de misterios, de agitación, de posibilidades, de pasiones, represiones y violencia que aglutina fuerzas sociales y políticas diversas y, a veces, amenazantes. Es un lugar en donde debemos vivir juntos, aunque sin conocernos.
Siempre será difícil para el ser humano vivir en las ciudades. Los mamíferos históricamente no han tenido esa capacidad de organizarse en grandes grupos, como las hormigas, las abejas y otros insectos. Vivir en ciudades es un logro de la civilización. Ellas son, como diría el biólogo Humberto Maturana, nuestro nicho ecológico: la forma que hemos creado para sobrevivir y desarrollarnos como especie.
Por esto la tarea de tener una mejor ciudad es responsabilidad de todos. Poseer una ciudad cada día con mayores oportunidades educacionales, con menos desigualdades, con dimensiones confortables, limpia, con agua potable, con aire de buena calidad, con reducción de delitos y, especialmente, con una conciencia de pertenencia. La ciudad, sus calles, sus parques, su alumbrado público, es de todos. No cuidarla es atentar contra nuestro propio nicho ecológico de sobrevivencia. Cuando no hay sentido de pertenencia no somos una ciudad, sólo somos una aglomeración de extraños.