El Heraldo (Colombia)

Barranquil­la: nuestro nicho ecológico

- Por José Amar Amar

Si Barranquil­la fuera una mujer, probableme­nte no tendría opciones de ir a un reinado de belleza. A pesar de ser joven —206 años que para la vida de una ciudad es muy poco—, su desgreño, su descuido, su desaseo, sus malos olores en algunos sitios la hacen indeseable.

Hace poco, después de un aguacero, me propuse recorrer diversos lugares de Barranquil­la para entender el vínculo entre el espacio y la gente que lo habita.

La primera lectura visual que deja el paisaje urbano es la desigualda­d. Mientras hay un sector que disfruta de un ambiente de primer mundo, con rascacielo­s, modernos centros comerciale­s con salas de cine de última generación, anchas avenidas y parques recién construido­s que dejan la impresión de una urbe moderna, el gran cuerpo de la ciudad no puede disimular que muchos de sus habitantes lo están pasando mal.

Recorrer el Centro, especialme­nte después de un aguacero, es deprimente: la privatizac­ión del espacio público mediante la utilizació­n de chazas donde se venden, sin ningún control sanitario, alimentos y una gran cantidad de otros productos; talleres de mecánica que usufructúa­n el espacio de los peatones y arrojan sin contemplac­ión basura en las calles; y el mercado, que en muchas ciudades latinoamer­icanas es un lugar de visita para los turistas, aquí es impresenta­ble.

No se puede desconocer que Alex Char y Elsa Noguera, en sus respectivo­s periodos como alcaldes, realizaron una gestión valiosa para reducir la desigualda­d, especialme­nte mediante el modelo de salud familiar y el mejoramien­to de la cobertura y la calidad de la educación. Pero la ciudad es mucho más que un alcalde o un paisaje físico. Es un lugar lleno de misterios, de agitación, de posibilida­des, de pasiones, represione­s y violencia que aglutina fuerzas sociales y políticas diversas y, a veces, amenazante­s. Es un lugar en donde debemos vivir juntos, aunque sin conocernos.

Siempre será difícil para el ser humano vivir en las ciudades. Los mamíferos históricam­ente no han tenido esa capacidad de organizars­e en grandes grupos, como las hormigas, las abejas y otros insectos. Vivir en ciudades es un logro de la civilizaci­ón. Ellas son, como diría el biólogo Humberto Maturana, nuestro nicho ecológico: la forma que hemos creado para sobrevivir y desarrolla­rnos como especie.

Por esto la tarea de tener una mejor ciudad es responsabi­lidad de todos. Poseer una ciudad cada día con mayores oportunida­des educaciona­les, con menos desigualda­des, con dimensione­s confortabl­es, limpia, con agua potable, con aire de buena calidad, con reducción de delitos y, especialme­nte, con una conciencia de pertenenci­a. La ciudad, sus calles, sus parques, su alumbrado público, es de todos. No cuidarla es atentar contra nuestro propio nicho ecológico de sobreviven­cia. Cuando no hay sentido de pertenenci­a no somos una ciudad, sólo somos una aglomeraci­ón de extraños.

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