El Heraldo (Colombia)

Nobel y sabios

- Por Hernando Baquero hmbaquero@gmail.com @hmbaquero

El oxígeno constituye una parte importante de nuestra atmósfera y es indispensa­ble para sostener la vida en el planeta. Los primeros experiment­os descritos que citan al oxígeno, sin reconocerl­o como tal, se realizaron en la antigua Grecia, en el segundo siglo antes de Cristo. A partir de entonces muchos investigad­ores en la historia de la humanidad, incluyendo entre ellos a Leonardo da Vinci, se ocuparon del gas del aire que se consumía durante la combustión y la respiració­n. Sin embargo, fue solo a finales del siglo XVIII cuando el químico francés Antoine Lavoisier llamó por primera vez a ese “gas esencial” como oxígeno, el cual, un siglo antes de recibir su nombre ya se había logrado producir en condicione­s experiment­ales en algunos laboratori­os de la época.

El oxígeno es el medicament­o más usado en la terapia médica hospitalar­ia, por eso tal vez es uno de los elementos de la tabla periódica mejor estudiados en salud. Cuando está indiCuando cado y en las concentrac­iones correctas ayuda a tratar muchas condicione­s graves. En exceso puede producir daños, algunos completame­nte probados, especialme­nte en los recién nacidos prematuros. Otros efectos no deseados aún están en investigac­ión, como el aumento en la frecuencia de infeccione­s en pacientes después de cirugías o la aparición de ciertos tipos de tumores.

Después de siglos de investigac­ión básica realizada por muchos investigad­ores de diferentes épocas, sin que muchos de ellos tuviesen clara la aplicabili­dad de sus trabajos (hecho que en términos de una funcionari­a colombiana de alto rango hubiese sido catalogado como vanidad), dos investigad­ores norteameri­canos y uno británico recibieron este año el premio Nobel de Medicina por sus aportes a la ciencia en el campo concreto de descifrar, por fin, cómo las células se adaptan a las concentrac­iones cambiantes de oxígeno y de qué manera esto incide en la gran mayoría de actividade­s y procesos que suceden en nuestro organismo.

Los trabajos de investigac­ión premiados aún no contribuye­n a la vida digna (sea lo que esto signifique para la coordinaci­ón de la misión de sabios Colombiano­s), pero aportan mucho al conocimien­to para que en un futuro, ojalá cercano, se pueda traducir en intervenci­ones clínicas que ayuden a tratar y ojalá prevenir condicione­s patológica­s en los seres humanos.

Supeditar la agenda de investigac­ión de un país a la innovación y competitiv­idad puede llevarnos a sacrificar la investigac­ión básica, lo cual en términos de expertos limitará las posibilida­des de éxito en el proceso de inserción internacio­nal de nuestras comunidade­s científica­s. Muchos de los grandes adelantos tecnológic­os en salud se han logrado después de muchos años de iterar con fragmentos de ideas obtenidas en investigac­iones básicas realizadas por investigad­ores a quienes sólo motivó su curiosidad.

Los que enseñan a innovar enfatizan en que un “excesivo orden” y poca libertad en la formación y en el trabajo de investigad­ores funciona como un arma de instrucció­n masiva que destruye de manera efectiva la anhelada competitiv­idad.

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