El Heraldo (Colombia)

Una ‘triple carga’ intolerabl­e

El informe sobre malnutrici­ón infantil publicado el martes por Unicef, según el cual la tercera parte de los menores de 5 años en el mundo sufre desnutrici­ón u obesidad, evidencia que algo estamos haciendo muy mal.

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Alarmante. Es lo mínimo que cabría decir del informe divulgado el martes pasado por Unicef sobre el impacto de la malnutrici­ón en la población infantil mundial. De acuerdo con el estudio, unos 227 millones de niños menores de cinco años de los 676 millones que había en 2018 –es decir, la tercera parte– presentan cuadros de desnutrici­ón o sobrepeso. El número se eleva a 340 millones –la mitad– si ampliamos el rango de análisis a todos los que presentan carencias alimentari­as.

Estos datos son un duro golpe de realidad a la comunidad internacio­nal, sobre todo a muchos países en vías de desarrollo –en América Latina, Asia y el Pacífico– que pensaban que los problemas de la malnutrici­ón estaban casi superados.

¿Qué está sucediendo? ¿Por qué volvemos a hablar de este problema que parece surgir del pasado en un imprevisto túnel del tiempo? Los expertos coinciden en que tres factores primordial­es –la globalizac­ión de los hábitos alimentici­os, la tozuda persistenc­ia de la pobreza y los efectos del cambio climático– están generando en cada vez más países lo que denominan una “triple carga” de desnutrici­ón, sobrepeso y carencias alimentari­as.

Tal como lo recoge el informe, la desnutrici­ón continúa como el principal problema, con especial incidencia en África subsaharia­na y Asia del sur. El hecho es que el número de niños afectados por desnutrici­ón cuadruplic­a a los que tienen sobrepeso. Pero la cantidad de afectados por problemas nutriciona­les es mucho mayor si, como señalábamo­s, nos referimos a los 340 millones de niños que sufren lo que los expertos denominan “hambre escondida”. Esto es, los que, aunque consumen calorías suficiente­s, carecen de los minerales y vitaminas indispensa­bles para su normal desarrollo. Estamos, pues, ante un desafío enorme para los próximos años. La obesidad, que a comienzos de los años 90 se considerab­a un problema de los países ricos, se está extendiend­o con rapidez en los países en vías de desarrollo. En gran medida porque, dentro de una dinámica innegable de crecimient­o económico y desarrollo, han adoptado hábitos alimentici­os en muchos casos perjudicia­les para la salud desde la convicción de que significab­an una mejora en la calidad de vida y el estatus social. Los gobiernos nacionales y las institucio­nes multilater­ales tienen ante sí la ardua tarea de revertir esta dramática situación, que debe invitarnos a reflexiona­r sobre el modelo actual de desarrollo. Unas sociedades con estas tasas de desnutrici­ón y obesidad deben admitir que algo están haciendo mal. Demasiado mal.

Los expertos coinciden en que la globalizac­ión de los hábitos alimentici­os, la tozuda persistenc­ia de la pobreza y los efectos del cambio climático son los causantes primordial­es de esta dramática situación.

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