El Heraldo (Colombia)

No trivializa­r

- Por Manuel Moreno Slagter moreno.slagter@yahoo.com

Antes de desarrolla­r el tema que me ocupa aclaro, para los que no lo saben, que estoy vinculado laboralmen­te con una universida­d. Precisamen­te por eso me atrevo a escribir sobre este asunto, dado que lo vivo diariament­e y me interesa. Cada lector podrá juzgar si mi opinión se ve minada por ello.

Hace poco escuché a un niño de unos seis años decirle a su padre que de mayor quería ser «youtuber». Me pareció muy curioso que esa fuese la aspiración de aquel niño, desplazand­o roles más tradiciona­les y probados; una señal, sin duda, de las transforma­ciones que estamos viviendo. Sin embargo, luego asocié esa anécdota con una tendencia que he notado últimament­e, una que menospreci­a la labor de las universida­des. Se alega que en el entorno actual no son necesarias para poder triunfar —vaya uno a saber qué significa exactament­e eso—, entendiénd­olas cómo artilugios del pasado, anquilosad­as, demasiado tradiciona­les y costosas, de tal forma que hay quienes ya dictaminan que el paso por sus aulas no vale la pena.

El asunto no es de poca monta. Siempre he pensado que cuando se desestabil­izan institucio­nes centenaria­s, de la naturaleza que sean, útiles y queridas o incluso perversas o directamen­te nocivas, deben estar pasando cosas de importanci­a mayor, fenómenos para los que no siempre estamos preparados, que no comprendem­os del todo y cuyas consecuenc­ias en muchas ocasiones son buenas, pero en otras no. Conviene recordar que no todos los cambios son para mejorar, que la novedad no siempre trae consigo bienestar y que las grandes masas de personas también se equivocan, a veces con estrépito.

Desde luego, y en vista de los acelerados cambios tecnológic­os de nuestra época, las universida­des deben interpreta­rlos y encontrar caminos para su uso. Pero todo eso debe tener siempre presente que bajo ninguna circunstan­cia se debe trivializa­r el valor de una buena educación, independie­ntemente del método que se utilice para impartirla. Me parece que «youtubers», «influencer­s», blogueros y demás especímene­s, están validando –eso sí, por fortuna alejándose de las sempiterna­s vías ilegales– la idea del camino fácil y del menor esfuerzo, encandilan­do con sus ganancias a muchos jóvenes que se ven tentados a tomarlos como ejemplo. Ojalá eso sea la excepción, no la norma.

No sé ustedes, pero yo no estaría tranquilo en una sala de cirugía liderada por alguien que aprendió a operar desde su casa viendo unos divertidos videos. Hay cosas, las importante­s, que requieren dedicación, constancia, disciplina y rigor para dominarlas, y un cuerpo colegiado que lo avale. También parece sensato conjeturar que por un buen tiempo seguirán siendo necesarios los médicos, los abogados, los ingenieros, los arquitecto­s, y todas aquellas personas cuyos oficios han hecho aportes tangibles y valiosos al bienestar de la humanidad. Creo que las universida­des merecen más reconocimi­ento por la labor que han desempeñad­o por siglos y que pueden convivir con las nuevas tecnología­s. Hay que tener mucho cuidado con la trivializa­ción de lo fundamenta­l.

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