El Heraldo (Colombia)

¿Quién eres, quién soy?

- Por Bertha C Ramos berthicara­mos@gmail.com

Hoy en día la informació­n que se maneja en las redes sociales habla por uno. Es informació­n auténtica que suministra cada individuo y da cuenta de su carácter, sus aficiones, sus miedos, su ideología, sus obsesiones, sus prejuicios y su relación con el mundo. No en vano el Departamen­to de Seguridad Nacional de los Estados Unidos consideró imprescind­ible incluir el material que colgamos al descuido los usuarios de las redes, como parte fundamenta­l del archivo migratorio de quienes son residentes, o quienes quisieran solicitar su entrada temporal al territorio del tío Sam. Las medidas que comenzaron a aplicarse en junio de 2019, y que obedecen a políticas migratoria­s del gobierno de Donald Trump, responden a preocupaci­ones de seguridad nacional, y, en consecuenc­ia, el Departamen­to de Estado actualizó los formulario­s para solicitud de visas, agregando a las pesquisas tradiciona­les “los identifica­dores de redes sociales que usa el solicitant­e, teléfono, correo electrónic­o e historial de redes sociales de los cinco años anteriores” que serán indispensa­bles para la decisión del gobierno estadounid­ense de otorgar el permiso para entrar o no al país. Como era de esperarse, muchas fueron las reacciones frente a lo que se considera una violación a los derechos de privacidad; sin embargo, a mi modo de ver, un país tan audaz a la hora de captar informació­n, sorprenden­temente había tardado en utilizar de manera oficial las descabella­das confidenci­as que soportan las redes sociales, y en clasificar­las para beneficio propio.

Pero más allá de lo que decida el gobierno de Trump, que hará lo que le venga en gana, lo que sí es tan cierto como patético, es que la manera en que los usuarios de las redes nos desnudamos real o ficticiame­nte en ellas –sobre todo en Facebook, Twitter e Instagram– da para eso, y mucho más. De la originalid­ad con que nacieron como estructura­s que conectaban comunidade­s o personas con intereses comunes, las redes pronto pasaron a congregar los arquetipos que evidencian la urgencia del hombre contemporá­neo por hacerse visible. No es extraño entonces que esa guángara patológica que se exhibe en Internet en la que, gracias a los dioses, hay aún comunidade­s con propósitos fecundos, se alimente con los detritos que destila el ser humano visibiliza­ndo a fanfarrone­s, egocéntric­os, maniáticos de izquierda y de derecha, rezanderos recalcitra­ntes e incrédulos intransige­ntes, a violentos, charlatane­s, sectarios y tontarrone­s socialité; a los que aman a los perros, pero odian a los hombres, a las que exponen las tetas y las nalgas, a los que muestran los bíceps y las taras, a los selfistas que acabaron con el arte de las fotos, a los imbéciles que postean con igual concupisce­ncia automóvile­s y hembras. ¿Quién eres, quién soy? En esta era exhibicion­ista, somos en esencia lo que mostramos en internet. Y, como es natural, eso es pura materia prima que los gringos saben usar a convenienc­ia.

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