El Heraldo (Colombia)

Hoy no vendí mi voto

- Por Alfredo Ramírez Nárdiz @alfnardiz

No lo vendí en primer lugar porque no he votado, porque soy extranjero y, fundamenta­lmente, porque nadie me ha propuesto comprarlo. ¡Ay, triste de mí! Infeliz. Desdichado. Lejano a toda alegría. Lo que yo habría hecho con esos cincuenta mil pesitos. Ya ni les cuento si me hubieran dado cien mil. Me habría comprado una buena arepa de huevo y un juguito de zanahoria. En ese local cercano donde le echas por encima salsa de ajo, guacamole y picantes variados. Me encanta llenar la arepa de salsas. Mancharme los dedos. Sentir el sol de primera hora de la mañana iluminándo­me mientras sostengo el vaso de juguito y me refresco entre bocado y bocado.

Habría vuelto caminando a casa. No está tan lejos del colegio electoral. De camino le compraría dos aguacates al tipo de la esquina. Me tomaría una fría sentado en el escalón de la calle frente a la tienda. Doña, regáleme dos pasteles de pollo. Gracias. Aquí tiene sus moneditas. Volvería a casa. Almorzaría con mi esposa. Ella prepararía los pasteles y los aguacates los haría con tomate, cebolla y un chorrito de limón. Haríamos el amor. Descansarí­amos sobre las sábanas blancas aprovechan­do la brisa de primera hora de la tarde. En la calle sonaría un vallenato de los antiguos. A un par de cuadras de distancia. Justo donde la música acompaña pero no molesta. Cerraría los ojos y dormiría un ratito.

Más tarde iríamos al parque. El del barrio está recién inaugurado. Le pediría dos raspaos al señor viejo del puesto. De cola el mío. De tamarindo el de mi linda esposa. Caminaríam­os de la mano. Veríamos a los niños. A los jóvenes haciendo deporte. Las madres con los bebés. Los perritos jugando sobre la hierba. Qué felices seríamos con mis cincuenta mil pesitos. De noche volveríamo­s a casa a tiempo de ver el partido del Junior. De camino una salchipapa sencilla. Mi billetico se acabaría con esta última compra pero qué domingo más bueno. Mi esposa sonriendo al llevarse dos papitas a la boca. Yo animando alegre a los jugadores que me trae la pantalla. Sopla la noche tibia. Hasta el tipo del peto y su eterno ruidito molesto se me hacen simpáticos. La jornada fue perfecta.

Me dirán ustedes que cómo se me ocurre. Que por muchas cosas que pudiera llevarme a la boca con las ganancias de mi voto comprado, no merece la pena. Que la democracia. Que la limpieza electoral. Que los derechos, la decencia y la moral. Y tienen ustedes toda la razón. La tienen porque si yo vendiera mi voto sería un bicho raro, una criatura extraña, un hombre alienado y ajeno a la normalidad, pues este es un pueblo en el que nadie decente y moral vende su voto. Un pueblo en el que nadie decente y moral compra tu voto. En el que nadie financia la compra de tu voto. Nadie ocupa con flagrante desfachate­z los cargos que el voto comprado proporcion­a. Somos un pueblo decente y moral. Y porque lo somos yo no vendí mi voto. Porque lo somos y porque, ay, mísero de mí, no hubo nadie que me lo comprara.

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