El Heraldo (Colombia)

Mobilidad sostenible

- Por Javier Conde Londoño

El problema de (in)movilidad de las ciudades y megalópoli­s de América Latina se está convirtien­do en un cuello de botella para el desarrollo sostenible de la región. El trancón nuestro de cada día supone unos elevados costes económicos y sociales, que sufren todos los estratos sociales, reducen la competitiv­idad de las empresas y espantan la inversión internacio­nal.

En Colombia el parque automotor superó en 2018 los trece millones de vehículos, de los cuales casi seis millones son coches. De acuerdo con los datos del informe Situación Automotriz de BBVA Research se puede estimar que en 2019 cerca de un millón de vehículos nuevos se incorporar­á a la circulació­n.

A las crecientes necesidade­s de desplazami­ento se suma un paradigma cultural que relaciona la propiedad del auto con el estatus social y el éxito. El incremento de población y la consolidac­ión de la clase media favorecen la progresiva expansión de un parque automotor, que se envejece debido a un activo mercado de segunda, tercera y cuarta mano.

El informe Inrix 2018 sitúa a Bogotá entre las tres ciudades con peor tráfico del planeta, sólo por detrás de Moscú y Estambul. El absorbente poderío demográfic­o, económico y cultural de la capital no se ha complement­ado con el desarrollo de un modelo de movilidad capaz de dar respuesta a las crecientes necesidade­s de una metrópoli que debería convertirs­e en centro de referencia de América Latina. Por el contrario, los problemas derivados de la congestión vehicular suponen el principal obstáculo que los inversores internacio­nales aducen para situar su sede regional en Bogotá. El tránsito no tiene solución… tiene soluciones. Soluciones fruto de la combinació­n de potentes modos de transporte público, uso responsabl­e del vehículo privado, intermodal­idad y tecnología.

La planificac­ión de un transporte público de alta capacidad, eficaz y accesible debe ser la base de la política de movilidad. Las autoridade­s deben analizar y conocer las necesidade­s de desplazami­ento de los ciudadanos y de acuerdo con la matriz de orígenes y destinos resultante ser capaces de establecer infraestru­cturas y modos troncales de transporte con capacidad suficiente.

Medellín se ha convertido en un ejemplo muy interesant­e al contar con una autoridad que reúne las competenci­as para planificar el transporte y, en especial, al haber integrado en un único medio de pago toda la oferta de movilidad colectiva. El visitante europeo se queda fascinado al conocer el elemento de integració­n territoria­l y social que suponen las líneas de Metrocable y al saborear el orgullo ciudadano de la “Cultura Metro”.

Queda mucho por hacer. Los nuevos alcaldes de las principale­s ciudades de Colombia harán bien en tener como primer punto de su agenda la política de movilidad. En los próximos años hay planificar infraestru­cturas, generar una oferta eficiente de transporte, fomentar la aparición de operadores solventes y de alta calidad, ordenar las vías, regular y dar espacio a los modos de movilidad individual (bicicleta, patinetes, car sharing), favorecer la movilidad eléctrica, optimizar el estacionam­iento, implantar aplicacion­es de acceso y pago de los servicios.

Los nuevos alcaldes tienen que recuperar espacio y tiempo para los ciudadanos, tienen que evitar que el tránsito nos robe la calidad de vida. Es una tarea ardua y no la podrán realizar solos. Necesitan el apoyo de todas las institucio­nes, en especial del Gobierno Nacional; y, sobre todo, necesitan el apoyo, la complicida­d, de los ciudadanos.

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