El Heraldo (Colombia)

Por querer quedarse

- Por Jorge Muñoz Cepeda @desdeelfri­o

No hay duda de la importanci­a que ha tenido para Bolivia el paso de Evo Morales por la presidenci­a de un país históricam­ente afectado por la pobreza, la desigualda­d y el atraso.

El solo hecho de que Morales se convirtier­a en el primer mandatario indígena en un país en el cual el 62% de la población pertenece principalm­ente a las etnias Quechua y Aymara es ya en sí mismo un reflejo de la enorme carga simbólica de este logro.

En contra de las prediccion­es de las élites blancas bolivianas y de los sectores políticos de la región que suponían una gestión desastrosa de Morales, sus logros son inocultabl­es.

En 13 años de gobierno, la pobreza se redujo a la mitad, el ingreso se triplicó, subió la esperanza de vida gracias a la inversión en servicios de salud, el país creció un sorprenden­te 5% anual, el sector privado también creció por cuenta del aumento en el número de empresario­s y consumidor­es indígenas. Estos indicadore­s son algunos de los ejemplos de una administra­ción juiciosa, eficiente y enfocada en resolver los urgentes asuntos que involucran a los sectores tradiciona­lmente excluidos, en buena parte haciendo uso de la tantas veces prometida y casi nunca cumplida promesa de subir los impuestos a las empresas que por décadas se enriquecie­ron extrayendo gas y petróleo sin que el pueblo viera un solo dólar de esas riquezas.

Sin embargo, no todo fue color de rosa. A medida que pasaban los años, el presidente indígena se iba quedando atornillad­o en el poder, un mal síntoma aun cuando esa permanenci­a se originara en elecciones legítimas. Esta tendencia, repetida por los gobiernos socialista­s de la región, termina erosionand­o la legitimida­d de los líderes en el poder y poniendo en entredicho a las institucio­nes democrátic­as.

Es improbable que Evo Morales hubiera alcanzado tan buenos resultados en uno o dos períodos presidenci­ales. Esa es la paradoja a la que se enfrentan los liderazgos que se atreven a desafiar al statu quo obligándos­e en el proceso a poner en riesgo los principios fundamenta­les del sistema democrátic­o que dicen defender. Y entonces sobreviene­n las sospechas, los reclamos, las voces que exigen garantías para que existan contrapeso­s políticos y oportunida­des para que todos los sectores tengan la posibilida­d de acceder a los cargos de elección popular.

Esta aparente necesidad de que una sola persona se encargue de dirigir las reformas que necesita un país pobre -lo cual, como sabemos, puede ser una tarea de décadas- habla muy mal de la izquierda latinoamer­icana, de su incapacida­d para consolidar movimiento­s políticos robustos y liderazgos colectivos basados en ideas y no en personalid­ades individual­es.

La “sugerencia” del comandante del Ejército boliviano al presidente en ejercicio para que abandonase el poder fue el acto final de un golpe de estado fraguado, en buena parte, en la desconfian­za que suscita la posibilida­d de que Morales permanecie­ra indefinida­mente en el cargo, un lunar que puede causar que su legado se dilapide en manos de una oposición que regresa al Palacio Quemado dispuesta a destruirlo todo con una Biblia en la mano.

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