La herencia musical de los Strauss vibra en Barranquilla
La Orquesta Original de los Valses Vieneses ofreció la noche del pasado miércoles un destacado concierto en el Coliseo de los Fundadores de la Universidad del Norte.
Es cierto que los sonidos además de sonidos tienen —entre muchos otros matices que podríamos imaginar en una sola acción contemplativa— forma, duración y color.
Toda la música, como experiencia del tiempo, se introduce en este, en la materia y en lo que vemos más allá de la vista. Surge, en el corazón del espectador, como un momento irrepetible; pero, a la vez, como un instante que va y viene, pendular, que el espectador, oyente y doliente de la forma, la duración o el color de los sonidos, anhela reencontrar en una especie de “otra vez” genealógico, que siempre está en movimiento.
Que la música, a pesar del tiempo (a pesar de las dinastías y las muertes y las guerras), se repita en uno es una alegría y —quizá también— un sufrimiento. En ambos casos constituye un motivo de celebración, o bien, de extrañamiento por los efectos producidos. La noche del pasado miércoles, en el Coliseo de
Los Fundadores de la Universidad del Norte, los espectadores asistimos a una variada muestra de lo ya conocido, pero conocido como ‘lejano’ en el tiempo. La Original Wiener Strauss Capelle interpretó, acercándonos a ellas, las partituras más notables de los músicos de la parentela de los Strauss, encabezado el repertorio por las piezas de Johann Strauss hijo, el más célebre de la dinastía luego de haber legado el “himno nacional no-oficial de Austria”, el vals “El Danubio Azul”, que popularmente suena en las bodas o en la película 2001: Odisea del espacio, de Kubrick.
En las casi dos horas con un intermedio de quince minutos que duró la programación, la Orquesta dirigida por el alemán residente en Viena, Rainer Roos, interpretó, entre muchas otras, la obertura “El murciélago”, de Johann S., las polkas rápidas “Debajo de truenos y rayos” y “Charlando”, además de los ballets “Rosas del sur” y “CAN CAN”, este último del compositor de origen judeo-alemán y nacionalizado francés Jacques Offenbach, creador de la llamada opereta moderna.
La mayoría de las composiciones que sonaron son parte del legado Strauss: de un total de dieciséis, doce eran de Johann, dos de Joseph, una de Eduard (hermanos todos), otra de Oscar Strauss (también vienés, pero sin ninguna relación con la familia) y la última (“La marcha de
Radetzky”) de Johann Strauss padre, creador y director de la Johann Strauss Capelle, orquesta que, en 1977, fue reeditada casi un siglo después por músicos que cosecharon méritos tanto en Austria como en el exterior.
De esa vibrante tradición se desprende la Orquesta que, vestida con el atuendo tradicional (sacoleva roja y pantalón blanco), fue largamente ovacionada por el público del Coliseo.
El conjunto formado por violines, contrabajo, violas, trompetas, trombón, flautas, oboe, cornos, clarinetes, violonchelo, etcétera, estuvo brillantemente acompañado por los bailarines checos Zuzana Fikrova y Vladimir Snizek, quienes asimismo vestían a la moda de la época austriaca del siglo XIX.
Por otra parte, las interpretaciones del tenor Vincent Schirrmacher y la soprano Marcela Cerno, tanto en dúo como individual, fueron ampliamente celebradas por el público, y dieron una especial intensidad al concierto, que tuvo momentos de calma, risa (durante los juegos o la interacción del director con el público), brillo y mucha fuerza.
La Orquesta entera logró acercar a los asistentes las partitura originales de los Strauss, por lo que cabe pensar que su lejanía de siglos (el padre, primer músico reconocido de la parentela, nace y muere en 1804-1849) es tan solo cronológica, y que en el tiempo de la música seguimos reconociéndonos más allá del lugar o el devenir histórico.