El Heraldo (Colombia)

De vuelta en Barranquil­la

- Por Alfredo Ramírez Nárdiz @alfnardiz

De vuelta en Barranquil­la hace calor. No hay brisa. Un tipo grita aguacate. Bebo zumo de zanahoria, dígale jugo, español extraño, usted disculpe, señorita, me costará volver a aprender las palabras. Hay anunciado un paro para el día 21, la gente me dice que tenga miedo, que habrá violencia, que los estudiante­s piden esto, que este grupo social pide lo otro, que Colombia ya se sabe, puede que haya muertos, profe, no salga usted de casa y yo escucho música del XVI, Savall acariciand­o algo que parece un sello, no lo distingo bien, la cuerda vibra, los colombiano­s decidieron parecerse a los chilenos, los colombiano­s decidieron ser ellos mismos, quizá ya no lo sean. Aguacate, me dice el tipo. ¿Cuánto me cobra? Cinco mil pesitos, patrón. Y yo los pago sabiendo que es mi acento quien paga. Yo los pago sabiendo que habrá paro. Que quizá muera alguien. Que no merecerá la pena. Que nunca mereció la pena que alguien muriera.

Mi biblioteca está detenida en Bogotá. Los cachacos aman los libros. Tanto que no los dejan marchar. Más de cuatrocien­tos tomos. ¿Pagan aranceles los libros? ¿Los paga la paz, el silencio, el refugiarse en la tinta arrojada al papel como a los hombres nos arrojan a la vida? Pagaré. Porque todo se soluciona pagando. También los paros. El amor que se cree verdadero y que quizá lo sea. ¿Serán mis libros inmigrante­s ilegales? Trump debería ponerles un muro. Cuántos peligros tendrán semejantes lecturas. ¿Sabrán las aduanas de volverse loco leyendo libros? Seguro que las aduanas son sensatas. Las aduanas son formales. Son papeles malvados, firmas, sellos, stamp, stamp, el mazo manchando en tinta mis viajes a la vieja madre patria, a la nueva en la que los libros son investigad­os en la frontera.

Dicen que murieron los niños. Dicen que un viejo político con bigotito de político viejo dimitió por ello, o le cesaron, o qué sé yo. De su jefe se burlan. Dicen que tiene nariz de cerdito. Que es una marioneta. Que el marionetis­ta no parpadea porque en veinte años nunca dejó de sostenerle la mirada a Colombia. A mí me gustan los cerditos. Me gustan los osos panda. Pero eso no tiene nada que ver. Curioso país este. ¿Han escuchado un cuarteto de música barroca en un monasterio en las montañas? Suena como los latidos de un corazón a oscuras. Suena como las bombas cayendo. No suena nada. Mueren los niños. A nadie le importa. Yo me enteré porque me lo dijeron.

De vuelta en Barranquil­la los trancones en la tierra. El calor en los cielos. El rebusque en todas partes. Mi amigo Ati ríe porque está vivo. Eso es un costeño. Un hombre que se descubre vivo. Y que ríe feliz incapaz de no serlo. Las frías frías. Las mujeres calientes. Los políticos furiosos. Dicen que habrá paro. Dicen que quizá alguien muera. En los cuentos siempre muere alguien. En los cuentos siempre hay ridículos hombres furiosos soñando con que alguien muera. Lo importante es que alguien sobreviva. Eso no siempre pasa. Ni en los cuentos. Ni en la vida. Ni en nada.

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