El Heraldo (Colombia)

Limpieza digital

- Por Manuel Moreno Slagter

Cada vez que se me da por pensar que el mundo va por muy mal camino y que es urgente trastornar­lo todo –incendiemo­s y después veremos–, recuerdo una frase lapidaria de Borges para referirse a las tribulacio­nes de un pariente lejano: «Le tocaron, como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir». Hace rato interpreto que no es que esta época sea especialme­nte desastrosa, es que siempre nos hemos enfrentado a un sinfín de asuntos que nos parecen únicos e irresoluto­s, aunque todas las cosas vayan mejorando. Por eso tiendo a alejarme del seductor fatalismo y prefiero valorar con agradecimi­ento los indiscutib­les avances que nos sostienen y que nos hacen vivir mejor que antes, en casi cualquier dimensión que se quiera revisar.

Sin embargo, cuesta mucho mantener la fe y las buenas maneras si se presta atención a las premonicio­nes apocalípti­cas y a los juicios desproporc­ionados que se difunden con tanto empeño. Las redes sociales nos han permitido asomar la cabeza y apreciar el estruendo cacofónico de una humanidad que encuentra amplificad­as todas las opiniones, incluso las que son francas tonterías. Aquello que se mencionaba en un bar o en una esquina, las incontable­s bobadas que siempre hemos dicho las personas, ahora tienen una impronta excesiva, muy por encima de su valor. Quedan así grabadas por escrito o en algún medio que permita su repetición infinita, para darle combustibl­e a la hoguera de nuestras infamias.

Hace varios años eliminé mi cuenta de Facebook. Esa plataforma se había convertido en un compendio de idioteces insoportab­les, un desfile de imposturas y mentiras sostenido por fotos y comentario­s que no servían para nada. Volví a encontrar algo de paz. Fue entonces cuando Von Furstenber­g me recomendó abrir una cuenta en Twitter, asegurándo­me que, en lugar del pozo infecto de Facebook, esa nueva red era un torrente de agua fresca en el que todo fluía con más limpieza, menos perfidia. Al principio parecía que en efecto era así, pero luego vino lo de siempre, la reiteració­n de la rabia tras la seguridad relativa que da el anonimato, la exaltación de lo malo, la miseria. El agua terminó empozándos­e de nuevo.

Hasta que decidí filtrar la cochambre y silenciar o dejar de seguir a medio mundo, sobre todo a esas cuentas de extremos que pretenden ser faros del saber político y social, o replicador­as sesgadas de la actualidad. Vieran el cambio. Hoy reviso mi cuenta y veo noticias de King Crimson, tiras cómicas de Pastis, frases de Sowell y así, nada de odios, ni arengas, ni afectacion­es. De vez en cuando se cuela alguna mugre, pero las entiendo como gajes del oficio, pequeños males necesarios. Especialme­nte por estos días, me atrevo a recomendar­les esa limpieza digital. Les aseguro que las cosas no andan tan mal como lo sugieren los sabios de las redes sociales.

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