El Heraldo (Colombia)

Ganará la razón

- Por Alfredo Sabbagh Fajardo

Imposible no conmoverse ante las imágenes que desde la semana pasada se están fijando en la memoria del país. Cientos de miles de ciudadanos salieron a las calles con el pecho henchido y la voz en alto a reclamar del poder de turno el lugar y la atención que décadas de olvido le han birlado. Una enorme mayoría con firmeza y respeto se tomó las plazas y, hasta donde pudo, mantuvo a raya a los grupúsculo­s de miserable violencia que, cuales vampiros insepultos, buscaban y buscan saciar la sed de sus enfermas almas con la sangre del resto. Esa minoría violenta, alguna con uniforme (que no todos, porque generaliza­r no es justo para ninguna de las esquinas), se llevó lamentable­mente los reflectore­s, micrófonos y la tinta de una buena parte de los medios tradiciona­les, anquilosad­os en una visión del oficio que cada vez entiende menos lo que le reclama la sociedad a la que se debe; y distrajo, para felicidad de los dinosaurio­s, la atención sobre lo verdaderam­ente pertinente: Los ciudadanos estamos dejando de tragar entero. Aquí ya está dejando de convencer el que alce la voz o zumbe la correa. Así nos demoremos otro rato, aquí va a empezar a ganar la razón.

Mientras tanto, claro es que las estrategia­s del miedo infundado, la noticia falsa, el cambio de tercio y el espejo retrovisor siguen siendo las preferidas por quienes se rehúsan a entender que el mundo cambió. El caos apocalípti­co que supuestame­nte traería consigo el paro no fue tal, gracias en buena medida al compromiso de la misma ciudadanía que quisieron estigmatiz­ar. Queda el dolor enorme de la fuerza mal empleada y el terrorismo miserable que hizo derramar sangre en Bogotá y Santander de Quilichao. Nada justifica esa mancha roja en el pavimento, el dolor de una madre, la angustia de una familia. Nada. Como nación vamos a seguir cargando con esas culpas si no dejamos de darle estatus de normalidad a lo que no lo tiene. Que una bala de goma se aloje en el cráneo de un niño no es normal. Que explote una bomba en una estación de policía no es normal. Creer que hay muertos de primera o de segunda no es normal. Creer que el problema no es nuestro o no nos afecta no solo no es normal. Es también infame y peligroso.

Aburridor también resulta el ego desparrama­do en entrevista­s y redes sociales de ciertos políticos y líderes de opinión que sin pudor acomodan su discurso al de las iniciativa­s ciudadanas para procurar réditos o atribuirse logros ajenos. No todos los que creemos justo el paro nos tragamos en seco la insoportab­le vanidad de los que se creen infalibles rodeados de una guardia pretoriana de áulicos asintidore­s, igual de patéticos a derecha e izquierda. Ingenuo sería pensar que el paro no es político. Soberbio es que un político crea representa­r a todos los que paran. Bájense de esa nube.

Ha convocado el presidente a una “conversaci­ón nacional”. Mientras sea eso y no un monólogo, puede que a algo se llegue. Tengan claro que a la razón le llegó el turno de ganar.

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