Lucidez y locura
El paro ciudadano del jueves 21 dejó una multitud de imágenes emocionantes como las de una asombrosa mujer guajira, quien, sin moverse de la Plaza de Bolívar, presenció el demente momento en que un grupo de jóvenes atacó ferozmente las fachadas de los edificios públicos. Mientras retumbaba la anarquía y el fuego vandálico iluminaba la plaza, la mujer con admirable lucidez defendió la no violencia, clamó por un país con justicia social y pidió que el resentimiento y el odio no fuesen la gasolina de estas borracheras de destrucción y robo que sobrevinieron tras las gigantescas marchas de Bogotá y Cali.
En casi todo el país, incluyendo a Barranquilla, la participación ciudadana fue pacífica y bulliciosamente alegre, pero no faltaron las bestialidades de un puñado de civiles anárquicos y descompuestos y de algunos irresponsables agentes del Estado.
Los posteriores cacerolazos nocturnos probablemente parecerán un método elemental a quienes gustan de la violencia, pero son eficaces. De Gandhi siempre habrá que recordar que las formas de lucha más originales terminan resultando muy potentes. Los ayunos públicos con los que arrodilló al imperio británico son un ejemplo de ello.
Los colombianos tenemos tantos o más motivos que los chilenos para exigir un país mejor. Somos una de las sociedades más inequitativas del mundo y sobre todo en la Región Caribe hay muchas privaciones. Pero, las protestas no ganarán más efectividad si se destruyen los bienes públicos o los negocios privados.En Chile, la violencia inicial, sustituida luego por las inmensas concentraciones de la Plaza Baquedano (o Plaza Italia), respondió tal vez a que los chilenos venían de varias décadas de aguante, de silenciosa pasividad y, de pronto, explotaron. En cambio, Colombia arrastra un doloroso historial de violencia de más de medio siglo. Y añadir hoy más violencia nada aporta a la construcción de una democracia fuerte y respetable.
La admirable mujer guajira, al levantar la lámpara del entendimiento en medio del caos de la Plaza de Bolívar, envió un poderosísimo mensaje cuyos primeros destinatarios deben ser los políticos de quienes los colombianos indignados no quieren más respuestas desdeñosas como la ya famosa “¿De qué me hablas, viejo?”.
Y no es cierto que los colombianos hablaron, pero no se supo qué dijeron, como escribió María Isabel Rueda en su columna dominical de El Tiempo. La destacada escritora bogotana calificó la del 21 como “una marcha anárquica, de gente frustrada”. Caramba, yo caminé en Barranquilla, bajo un sol monumental, y en la marcha predominaron los jóvenes en quienes yo percibí que lo que quieren es tener oportunidades, hacer empresa o acceder a empleos bien remunerados, y, por supuesto, quieren paz, mejor democracia y mejores líderes.
Pero es difícil, doctora Rueda, percibir eso desde un insensible escritorio andino. Solo en las calles se sabe.