El Heraldo (Colombia)

‘Sonámbulo’, un recorrido mixto por el mundo de Macondo

La exposición del barranquil­lero Fernando García hace una variada puesta en escena del libro ‘Cien años de soledad’. Irá hasta el 29 de noviembre en el Museo del Caribe.

- Por Kirvin Larios

Lo primero que vemos es una sala iluminada en la entrada, pero penumbrosa a la medida que nos acercamos a la pared del fondo. A mano derecha, una alta máquina que casi roza el techo ensamblada con el picahielos manual de los vendedores de ‘raspaos’. Un sensor en su mecanismo intervenid­o hace que se active y empiece a girar y a emitir sonidos cuando un visitante se aproxima.

Esta es la primera estación de la exposición Sonámbulo, que por estos días alberga la Sala Múltiple del Museo del Caribe. El hecho de que uno deba bajar las escaleras del Museo para llegar ahí, alejarse de las salas principale­s y entrar en esa especie de sótano casi en penumbras, anticipa una imagen en el espectador: el fondo de la historia que presenciar­emos es iluminado y oscuro, su origen es de luz —ordinario como el hielo—, pero a medida que avanza se ensombrece o enrarece.

Para García, esta primera estación parece ser tan determinan­te como la primera frase de Cien años de soledad, el libro de Gabriel García Márquez que es corazón de su exposición. En ambas obras hace presencia el hielo, que para el artista es “el origen del universo en el Caribe, el momento en que se da el contacto y el despertar de la conciencia”.

La siguiente estación es la más elaborada del conjunto, un tríptico con el que el autor quería destacar los componente­s religiosos y populares de la llamada — como recuerda— “Biblia latinoamer­icana”. En la parte de atrás encontramo­s el primer párrafo del libro escrito a la manera de un manuscrito iluminado, con letra capital y pequeños ornamentos coloreados ostensible­mente. Del otro lado aparece una puesta en escena con el coronel Aureliano en un huevo (motivo que se repite en las siguientes estaciones), y debajo un árbol genealógic­o, en el que el artista quiso ilustrar cada personaje con un traje que aludiera a un aspecto de su carácter.

La parte delantera del tríptico contiene quizá el momento más elocuente y elaborado de toda la muestra. Sobre un fondo dorado, una serie de imágenes pepasado gadas y distribuid­as en las tres divisiones hacen, a la manera de polaroids hechas a mano (“que desaparece­n como Macondo”), una lectura, un acercamien­to, un recorrido e incluso un homenaje del mundo de Cien años de soledad.

Así vemos por ejemplo, un polaroids-collage de la muerte de José Arcadio, con lana roja en alusión el hilo de sangre que en la historia del libro serpentea las calles de Macondo y llega hasta Úrsula Iguarán. Una máscara mesoameric­ana representa el rostro del muerto de cuya boca sale el hilo, que desemboca en el mismo oído del muerto del que mana la sangre en la narración.

Otros momentos que vemos ilustrados o abordados en esta parte de la muestra son el exterminio de los hijos del coronel Aureliano Buendía; la desaparici­ón de Macondo; la famosa frase de “en Macondo no ha nada”, entre otros sucesos que persiguen la cronología del libro y que son tratados mediante dibujos, fotografía­s, autorretra­tos, recortes de revistas, rostros icónicos, con técnicas mixtas que quiebran la bidimensio­nalidad y el formato propuesto.

En las siguientes estaciones vemos un gran candelabro con huevos debajo de unas jaulas que contienen reproducto­res de sonidos: pitos, algarabías del mercado que recuerdan a la estruendos­a llegada de los gitanos y vendedores a Macondo. En la estación de la muerte aparece el personaje llamado Soledad, un esqueleto que Fernando García inventa e instala en una mecedora, al lado de una mesita de noche en la que vemos una lámpara amarillent­a, un reloj alrevés, un molino con ovillo y una desgastada edición de Cien años. En los brazos, Soledad sostiene una cometa que en principio García quiso convertir en la mortaja de Amaranta, pero luego de un viaje a las playas de Bocas de ceniza, al descubrir que los pescadores recurrían a las cometas para atrapar peces, decidió hacerla parte del oficio de esta muerte que apoya los pies en un guacal lleno de máscaras de cartapesa (papel aglutinant­e): los rostros de los muertos de Macondo y de la violencia del país.

Justamente la exposición (cuyo título alude al terreno fronterizo del dormir y el despertar, de una realidad en la que lo ficticio y lo real se mezclan en los discursos políticos, en la llamada historia oficial y la vida diaria), finaliza con una imagen de la violencia y de los muertos actuales: la pared del fondo, casi sin luz, está ocupada por titulares de periódicos populares que anuncian en grandes y coloridas letras los muertos más sonados de la víspera.

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JOSEFINA VILLARREAL La muestra incluye un tríptico que recrea momentos y personajes de la obra más conocida de GGM.

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