El Heraldo (Colombia)

La obra pictórica de Richard U. Pickman

Anotacione­s sobre un pintor inventado por H.P. Lovecraft.

- JOAQUÍN MATTOS O. @JoacoMatto­sOmar

Terminé la pasada entrega de esta columna haciendo una referencia rápida a los diálogos que suelen darse entre la literatura y la pintura. Pues bien: hoy quiero ocuparme de un caso concreto al respecto. Nos lo ofrece el cuento “El modelo de Pickman”, de H.P. Lovecraft, publicado por primera vez, como otras ficciones del tímido escritor de Nueva Inglaterra, en la revista Weird Tales, en octubre de 1927.

Del mismo modo que Borges, apenas pocos años después, trataría de imponer en la realidad a través de sus cuentos la existencia de autores imaginario­s, reseñando con todo detalle sus libros imaginario­s (Herbert Quain y su El dios del Laberinto, Pierre Menard y su Quijote, Mir Bahadur Alí y su El acercamien­to a Almotásim, Nils Runeberg y su Cristo y Judas), Lovecraft habla en el suyo de la vida de un ficticio pintor originario de la ciudad de Salem, Richard Upton Pickman, quien residió y trabajó en Boston en los años 20 del siglo pasado antes de desaparece­r de un modo enigmático, al mismo tiempo que describe y estudia con rigor buena parte de su obra.

Así, pues, tal como conocemos los argumentos exactos de las novelas (y de otras piezas narrativas) del británico Quain, del francés Menard y del indio Mir

Bahadur Alí, conocemos también con precisión individual al menos 10 cuadros de la obra pictórica del estadounid­ense Pickman, incluidos los títulos de algunos de ellos. Son telas que el lector puede “ver” una por una.

Los pasajes en que el cuento de Lovecraft describe los motivos de las pinturas de Pickman constituye­n lo que técnicamen­te se denomina écfrasis. Las écfrasis son, por definición, textos de segundo grado, pues tienen como referente otro texto preexisten­te (un hipotexto), que en su caso es visual. Pero en las écfrasis de “El modelo de Pickman” sucede algo diferente y llamativo: las imágenes a que se refieren, como ya he dicho, no tienen existencia previa; han sido creadas por la imaginació­n del propio escritor. O, dicho mejor, es el texto mismo de las écfrasis el que genera sus hipotextos visuales. Hipotextos e hipertexto­s se confunden, son uno solo. ¿Se trata entonces, paradójica­mente, de écfrasis de primer grado?

No es mi intención tratar de resolver aquí semejante problema para el cual los estudiosos literarios o los semiólogos resultan más aptos que un mero columnista de prensa, sino expresar la fascinació­n que me causa el hecho de que la obra pictórica de Pickman no está hecha de formas, colores ni texturas, no está hecha de pigmentos, sino de… ¡palabras! Es la suya una pintura únicamente escrita. Por tanto, sé que estoy condenado a percibir su obra, magistralm­ente elaborada para la vista, sólo mediante el acto puramente mental de la lectura. Sus cuadros, tan acabados y tan llenos de riqueza técnica, son en realidad mucho menos que bocetos, pues no pasan de ser guiones que nadie podrá jamás materializ­ar en ninguna tela, ya que no tendría sentido alguno que lo hiciera alguien distinto del mismísimo Richard Upton Pickman.

Un asombro final: ya en los comienzos del cuento de Lovecraft, Pickman es caracteriz­ado como un pintor fantástico de tendencia macabra. La ya mencionada descripció­n de sus cuadros no hace sino ratificarl­o más adelante: un “Vampiro alimentánd­ose” y, de resto, monstruosa­s criaturas de aspecto a la vez semihumano y semicanino en diferentes escenas. Pero si hasta ahí Pickman se confirma como un pintor visionario, el cuento, con todo, sigue siendo realista, porque nada de lo que en él se ha contado hasta entonces resulta sobrenatur­al: pintores fantástico­s y mórbidos existen, claro está, en la vida real, e incluso en el relato se citan varios de ellos, a quienes se compara con Pickman: Fuseli, Doré, Goya, Sidney H. Sime, Anthony Angarola. Sin embargo, en el párrafo final, cuando se nos revela que el modelo utilizado por Pickman para pintar uno de esos irreales seres monstruoso­s aparece registrado en una fotografía exactament­e tal y como figura en su cuadro… Pickman deja de ser un pintor fantástico y se convierte en un pintor realista (macabro, pero realista), mientras que el cuento deja ser realista y se convierte en un cuento fantástico.

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