¿Cuál es la salida?
La presión social es una fuerza irresistible, concluía —producto de sus experimentos—, el psicólogo Salomón Asch. El ideal para los que gobiernan es que una alta proporción de la sociedad esté conforme con las normas sociales, y satisfecha con sus gobernantes. Esta no es la situación actual de Sudamérica, donde miles de personas se han tomado las calles y están ejerciendo una poderosa presión para cambiar condiciones de vida que consideran injustas.
Chile era el ejemplo a seguir en América Latina: atraía inversión extranjera, tenía el ingreso per cápita más alto de la región, una gran estabilidad financiera e institucional, la menor deuda pública, y en lo social había logrado que solo un 10% de la población viviera en pobreza.
Orgullosos de la sanidad de su deuda pública, los gobernantes chilenos no se dieron cuenta de la deuda privada. El conocido libro del filósofo italiano Lazzarato “La fábrica del hombre endeudado” muestra la realidad del neoliberalismo, donde sistemáticamente se ha ido deteriorando el ingreso de las personas mientras el capital se multiplica.
Para el común de la gente la deuda privada es mucho más importante que la deuda pública. La subjetividad nos hace sentir que el país está bien o mal con relación a si mis ingresos mejoran o se deterioran.
La mayoría de los sectores políticos sigue pensando viejos esquemas izquierda-derecha, pero la gente no está en eso. Hoy podemos ver cómo la clase trabajadora —tanto en Europa
como en Brasil—, está convergiendo hacia una nueva forma de fascismo; cansados del experimento neoliberal que los ha engañado haciéndoles creer que progresan con una casa conseguida a crédito, un auto a crédito, la educación de sus hijos a crédito. Pero indignada por su alto endeudamiento.
Las personas se preguntan cuándo terminarán estas protestas sociales. Es probable que se terminen cuando se llegue a un gran acuerdo, que consiste en definir cuáles son los deberes del Estado respecto a sus habitantes en materia de salud, educación, empleo, pensiones, transporte y salarios.
Actualmente no existen en el mundo muchos modelos de desarrollo exitosos que copiar. En América las alternativas son dos: un modelo como el cubano o el venezolano, que ha demostrado su fracaso; o el modelo americano de alto ingreso, pero también con un alto endeudamiento de las personas, y con numerosas cárceles repletas de gente.
Con ánimo de transparencia, estimado lector, por razones personales he tenido la oportunidad de trabajar breves períodos de tiempo en varios países, especialmente en Holanda. Me agradaba ver llegar al director ejecutivo de una de las más prestigiosas fundaciones de Europa en bicicleta. Almorzaba en la misma cafetería adonde iban todos los funcionarios y nadie se asustaba cuando llegaba el jefe.
Por esto, siempre he considerado que cada país, de acuerdo a sus singularidades, debe darle una oportunidad al modelo social democrático, como Alemania, Finlandia, Nueva Zelanda, Dinamarca, Países Bajos, Suecia, donde la gente acepta pagar impuestos altos. Pero el Estado les garantiza una alta calidad de vida, transparencia y paz social.