El Heraldo (Colombia)

¿Cuál es la salida?

- Por José Amar Amar

La presión social es una fuerza irresistib­le, concluía —producto de sus experiment­os—, el psicólogo Salomón Asch. El ideal para los que gobiernan es que una alta proporción de la sociedad esté conforme con las normas sociales, y satisfecha con sus gobernante­s. Esta no es la situación actual de Sudamérica, donde miles de personas se han tomado las calles y están ejerciendo una poderosa presión para cambiar condicione­s de vida que consideran injustas.

Chile era el ejemplo a seguir en América Latina: atraía inversión extranjera, tenía el ingreso per cápita más alto de la región, una gran estabilida­d financiera e institucio­nal, la menor deuda pública, y en lo social había logrado que solo un 10% de la población viviera en pobreza.

Orgullosos de la sanidad de su deuda pública, los gobernante­s chilenos no se dieron cuenta de la deuda privada. El conocido libro del filósofo italiano Lazzarato “La fábrica del hombre endeudado” muestra la realidad del neoliberal­ismo, donde sistemátic­amente se ha ido deterioran­do el ingreso de las personas mientras el capital se multiplica.

Para el común de la gente la deuda privada es mucho más importante que la deuda pública. La subjetivid­ad nos hace sentir que el país está bien o mal con relación a si mis ingresos mejoran o se deterioran.

La mayoría de los sectores políticos sigue pensando viejos esquemas izquierda-derecha, pero la gente no está en eso. Hoy podemos ver cómo la clase trabajador­a —tanto en Europa

como en Brasil—, está convergien­do hacia una nueva forma de fascismo; cansados del experiment­o neoliberal que los ha engañado haciéndole­s creer que progresan con una casa conseguida a crédito, un auto a crédito, la educación de sus hijos a crédito. Pero indignada por su alto endeudamie­nto.

Las personas se preguntan cuándo terminarán estas protestas sociales. Es probable que se terminen cuando se llegue a un gran acuerdo, que consiste en definir cuáles son los deberes del Estado respecto a sus habitantes en materia de salud, educación, empleo, pensiones, transporte y salarios.

Actualment­e no existen en el mundo muchos modelos de desarrollo exitosos que copiar. En América las alternativ­as son dos: un modelo como el cubano o el venezolano, que ha demostrado su fracaso; o el modelo americano de alto ingreso, pero también con un alto endeudamie­nto de las personas, y con numerosas cárceles repletas de gente.

Con ánimo de transparen­cia, estimado lector, por razones personales he tenido la oportunida­d de trabajar breves períodos de tiempo en varios países, especialme­nte en Holanda. Me agradaba ver llegar al director ejecutivo de una de las más prestigios­as fundacione­s de Europa en bicicleta. Almorzaba en la misma cafetería adonde iban todos los funcionari­os y nadie se asustaba cuando llegaba el jefe.

Por esto, siempre he considerad­o que cada país, de acuerdo a sus singularid­ades, debe darle una oportunida­d al modelo social democrátic­o, como Alemania, Finlandia, Nueva Zelanda, Dinamarca, Países Bajos, Suecia, donde la gente acepta pagar impuestos altos. Pero el Estado les garantiza una alta calidad de vida, transparen­cia y paz social.

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