Lasombrade la anarquía
De vez en cuando, como si fueran alarmantes pies de página de un libro ficticio, hay sucesos que nos recuerdan que por muy civilizados que creamos ser, por muchos avances que hayamos logrado y aunque tengamos algún orden más o menos establecido, siempre estamos muy cerca del desconcierto total, del regreso a la barbarie. Basta una chispa, alguna desviación ligera, mínima, para propiciar comportamientos desquiciados, para abandonar por completo el sentido común y entregarnos a la anarquía.
La semana pasada en nuestra ciudad, un cajero electrónico empezó a entregar más dinero del que se le requería, aparentemente afectado por una falla del sistema. Al percatarse del asunto, algunas personas decidieron sacar ventaja de la situación haciendo retiros de la averiada máquina, para embolsillarse algo a lo que no tenían derecho. Bajo la protección de una falsa impunidad, y seguramente con la sensación de no hacerle daño a nadie, ciudadanos que probablemente nunca cometerían crimen alguno se apropiaron de lo ajeno, sin remordimiento, celebrando su suerte. Incluso el registro de la noticia en algunos medios se refirió al hecho como un adelanto de la navidad para quienes lo aprovecharon, minimizando así su gravedad y validando jocosamente lo ocurrido.
Por esos mismos días, me enteré de un accidente sufrido por un camión de distribución de comida en la vía que va de Ciénaga a Barranquilla. Por fortuna el conductor salió ileso del percance, aunque el vehículo quedó volcado en un costado de la carretera a la espera de una grúa que pudiese encargarse de recuperarlo. Mientras eso pasaba fueron llegando personas que, sin dudarlo, procedieron a violentar el compartimiento de carga para apoderarse de la mercancía, como si el accidente hubiese automáticamente anulado la propiedad del contenido. De ahí en adelante, al conocerse la noticia, más personas acudieron al lugar, a ver cómo lograban sacar alguna tajada. Al final el accidentado camión quedó completamente vacío, y además de llevarse toda la comida, algunos aprovechados no vieron problema en llevarse también partes del motor. Si la grúa se hubiese demorado algo más, seguramente el vehículo hubiese sido desguazado por completo. Todo esto con la presencia de la policía, que se limitó a expresar que no podía hacer nada ante el saqueo.
Es inquietante reconocer estas realidades, lo poco que nos separa del caos, el frágil celofán. Como también se ha visto en las protestas recientes (recordemos el aparatoso asalto a la tienda Ara en Bogotá), parece que los seres humanos estamos apenas parcialmente limitados por los acuerdos sociales: en cuanto falla algún elemento del sistema, en minutos se retrocede lo avanzado en siglos. Estos acontecimientos son un buen recordatorio para quienes piensan que sembrando el caos y propiciando el desorden se puede cosechar algo positivo. No es así siempre, los retrocesos pueden ser irrecuperables.