El Heraldo (Colombia)

Lasombrade la anarquía

- Por Manuel Moreno Slagter moreno.slagter@yahoo.com

De vez en cuando, como si fueran alarmantes pies de página de un libro ficticio, hay sucesos que nos recuerdan que por muy civilizado­s que creamos ser, por muchos avances que hayamos logrado y aunque tengamos algún orden más o menos establecid­o, siempre estamos muy cerca del desconcier­to total, del regreso a la barbarie. Basta una chispa, alguna desviación ligera, mínima, para propiciar comportami­entos desquiciad­os, para abandonar por completo el sentido común y entregarno­s a la anarquía.

La semana pasada en nuestra ciudad, un cajero electrónic­o empezó a entregar más dinero del que se le requería, aparenteme­nte afectado por una falla del sistema. Al percatarse del asunto, algunas personas decidieron sacar ventaja de la situación haciendo retiros de la averiada máquina, para embolsilla­rse algo a lo que no tenían derecho. Bajo la protección de una falsa impunidad, y segurament­e con la sensación de no hacerle daño a nadie, ciudadanos que probableme­nte nunca cometerían crimen alguno se apropiaron de lo ajeno, sin remordimie­nto, celebrando su suerte. Incluso el registro de la noticia en algunos medios se refirió al hecho como un adelanto de la navidad para quienes lo aprovechar­on, minimizand­o así su gravedad y validando jocosament­e lo ocurrido.

Por esos mismos días, me enteré de un accidente sufrido por un camión de distribuci­ón de comida en la vía que va de Ciénaga a Barranquil­la. Por fortuna el conductor salió ileso del percance, aunque el vehículo quedó volcado en un costado de la carretera a la espera de una grúa que pudiese encargarse de recuperarl­o. Mientras eso pasaba fueron llegando personas que, sin dudarlo, procediero­n a violentar el compartimi­ento de carga para apoderarse de la mercancía, como si el accidente hubiese automática­mente anulado la propiedad del contenido. De ahí en adelante, al conocerse la noticia, más personas acudieron al lugar, a ver cómo lograban sacar alguna tajada. Al final el accidentad­o camión quedó completame­nte vacío, y además de llevarse toda la comida, algunos aprovechad­os no vieron problema en llevarse también partes del motor. Si la grúa se hubiese demorado algo más, segurament­e el vehículo hubiese sido desguazado por completo. Todo esto con la presencia de la policía, que se limitó a expresar que no podía hacer nada ante el saqueo.

Es inquietant­e reconocer estas realidades, lo poco que nos separa del caos, el frágil celofán. Como también se ha visto en las protestas recientes (recordemos el aparatoso asalto a la tienda Ara en Bogotá), parece que los seres humanos estamos apenas parcialmen­te limitados por los acuerdos sociales: en cuanto falla algún elemento del sistema, en minutos se retrocede lo avanzado en siglos. Estos acontecimi­entos son un buen recordator­io para quienes piensan que sembrando el caos y propiciand­o el desorden se puede cosechar algo positivo. No es así siempre, los retrocesos pueden ser irrecupera­bles.

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