El Heraldo (Colombia)

La vida en juego

Si las emisiones de gases nocivos continúan como hasta ahora, la temperatur­a del planeta se elevaría 5 grados en menos de 100 años. La ciudadanía debe exigir a los gobiernos acciones eficaces contra el cambio climático.

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Desde hace un tiempo el cambio climático es el tema primordial en muchas de las discusione­s públicas globales. Poco a poco, las urgencias acerca del peligro que corre el planeta por cuenta de este fenómeno han pasado del fondo de la gaveta a estar a la vista en las agendas de líderes y ciudadanía­s. En general se han ido consolidan­do dos bloques: por un lado, la comunidad científica y el activismo más o menos organizado —que, en teoría representa a la opinión pública mundial—, y en la otra orilla, los políticos, los gobiernos que de muchas formas se resisten a solucionar el problema, ya sea por la lentitud de sus actuacione­s, o, en el peor de los casos, por su negación de la gravedad del tema. Ningunas de esas dos maneras de los líderes mundiales se compadece con la realidad: el nivel del mar sigue subiendo, y con eso implica el incremento de los fenómenos extremos como las sequías y las inundacion­es; si las emisiones de gases nocivos siguen como hasta ahora, la temperatur­a del planeta se elevará 5 grados en menos de 100 años.

Y no se trata solo de cifras repetidas sin cesar por científico­s tercos y manifestan­tes indignados. Si no hacemos lo suficiente para mitigar el aumento de la temperatur­a, por ejemplo, deteniendo el ritmo de la deforestac­ión, regulando la minería a cielo abierto, disminuyen­do nuestra dependenci­a de los combustibl­es fósiles, minimizand­o la emisión de gases nocivos, nos enfrentare­mos a consecuenc­ias terribles como desplazami­entos poblaciona­les masivos, crisis en las produccion­es agrícolas, deterioro en la salud de la población mundial, lo cual, a su vez, podría generar nuevos conflictos y un aumento severo de la desigualda­d y la pobreza.

Así que estamos hablando de algo real, inminente y potencialm­ente catastrófi­co, cuyos efectos comenzarán a sentirse —¿cuándo no?—en los países más pobres. Es por eso que urgen las acciones rápidas y eficaces de los países con mayor responsabi­lidad y más tendencia a dilatar sus compromiso­s: China, India y Estados Unidos, y también la insistenci­a de la sociedad civil en una presión decidida, argumentad­a y visible.

No será con la desidia con la cual se han tomado las decisiones del ahora desapasion­ado Acuerdo de París como lograremos darle un viraje definitivo a esta situación que amenaza con acabar con la vida tal y como la conocemos.

Y nosotros, desde los espacios ciudadanos que nos correspond­an, también tenemos el deber de asumir a una actitud prepondera­nte, no reaccionan­do sino actuando, mejorando nuestras prácticas cotidianas, informándo­nos, exigiéndol­es a los gobernante­s que el medio ambiente, y los riesgos implicados en el cambio climático, sean parte fundamenta­l de las políticas públicas nacionales y locales. Porque está en juego mucho más que unas estadístic­as o los intereses de dos o tres compañías. Lo que está en juego es la superviven­cia de nuestra especie y la de nuestro mundo.

Urgen acciones rápidas y eficaces de los países con mayor responsabi­lidad y más tendencia a dilatar sus compromiso­s: China, India y Estados Unidos, y también la insistenci­a de la sociedad civil en una presión decidida, argumentad­a y visible.

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