Gobierno del pueblo
Me parece que más de uno de mis lectores llegue a estar de acuerdo con lo que aquí quiero expresar: Fracasaron las monarquías, ya no son sino un adorno; no veo por qué no puedan, también, llegar a su término las democracias. Es lo que podemos concluir, cuando asistimos a las protestas organizadas por el pueblo que actualmente se están produciendo en diferentes países, en donde la presidencia constituye su forma de gobierno.
A partir de la creación inicial del universo que atribuimos a ese ser supremo que llamamos Dios, el hombre ha ido organizando su mundo y su forma de vivir.
En las grandes ciudades, colmadas de inmensos edificios, en los innumerables vehículos, que las invaden y en la admirable tecnología que nos asiste, vemos claramente el efecto de la acción humana y podemos detectar hasta donde ha llegado el hombre gracias a su pensamiento, a su trabajo y a la forma de gobierno, que ha adoptado. Pero en todo esto podemos detectar momentos de inseguridad, de duda y de error que, paradójicamente, son los que permiten el progreso. Ni el mismo Dios, según la biblia, escapó al arrepentimiento cuando descubrió un error en haber creado al hombre y fue entonces, cuando desató el diluvio del cual también se arrepentiría el día que puso su arco en el cielo.
Me atrevo a pensar que ninguno de los inventos, ninguna de las costumbres, ninguna de las formas de gobierno, puede ser considerada como definitiva.
Esta última, tal vez lo será, el día que se imponga el único y nuevo mandamiento de Cristo. Amaos los unos a los otros como yo os he amado. Juan 13, 34; el único que sigue, después del primero que según Mateo 22: 34-40, es amar a Dios.
Cuando esto se cumpla, habremos llegado al verdadero gobierno del pueblo, que incluye a la mujer; momento en el cual se volverá verdadero el refrán conocido “la voz del pueblo es la voz de Dios”.
Es entonces cuando desaparecerán las cárceles; el dinero dejara de ser estiércol del diablo y sobrarán las leyes, la policía y hasta los mismos 10 mandamientos que aprendimos desde niños.
Carlos A. Hernández García