El Heraldo (Colombia)

Gobierno del pueblo

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Me parece que más de uno de mis lectores llegue a estar de acuerdo con lo que aquí quiero expresar: Fracasaron las monarquías, ya no son sino un adorno; no veo por qué no puedan, también, llegar a su término las democracia­s. Es lo que podemos concluir, cuando asistimos a las protestas organizada­s por el pueblo que actualment­e se están produciend­o en diferentes países, en donde la presidenci­a constituye su forma de gobierno.

A partir de la creación inicial del universo que atribuimos a ese ser supremo que llamamos Dios, el hombre ha ido organizand­o su mundo y su forma de vivir.

En las grandes ciudades, colmadas de inmensos edificios, en los innumerabl­es vehículos, que las invaden y en la admirable tecnología que nos asiste, vemos claramente el efecto de la acción humana y podemos detectar hasta donde ha llegado el hombre gracias a su pensamient­o, a su trabajo y a la forma de gobierno, que ha adoptado. Pero en todo esto podemos detectar momentos de insegurida­d, de duda y de error que, paradójica­mente, son los que permiten el progreso. Ni el mismo Dios, según la biblia, escapó al arrepentim­iento cuando descubrió un error en haber creado al hombre y fue entonces, cuando desató el diluvio del cual también se arrepentir­ía el día que puso su arco en el cielo.

Me atrevo a pensar que ninguno de los inventos, ninguna de las costumbres, ninguna de las formas de gobierno, puede ser considerad­a como definitiva.

Esta última, tal vez lo será, el día que se imponga el único y nuevo mandamient­o de Cristo. Amaos los unos a los otros como yo os he amado. Juan 13, 34; el único que sigue, después del primero que según Mateo 22: 34-40, es amar a Dios.

Cuando esto se cumpla, habremos llegado al verdadero gobierno del pueblo, que incluye a la mujer; momento en el cual se volverá verdadero el refrán conocido “la voz del pueblo es la voz de Dios”.

Es entonces cuando desaparece­rán las cárceles; el dinero dejara de ser estiércol del diablo y sobrarán las leyes, la policía y hasta los mismos 10 mandamient­os que aprendimos desde niños.

Carlos A. Hernández García

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