El Heraldo (Colombia)

Cuál democracia

- Por Fernando Giraldo

Nuestra realidad no es perturbada por numerosos asesinatos. A propósito de una democracia real, pensando en Colombia, podríamos preguntarn­os cuántos crímenes dicha democracia soportaría impunement­e. Uno, quizás; dos, puede ser; tres, también; más, de pronto; pero no cientos ni miles.

Aquellos que nos pregonaron, a costa de mantener la guerra, que solo aceptarían la paz si era sin impunidad, hoy tendrán que entender que la muerte no es justicia ni tampoco ausencia de impunidad. Y quiénes son asesinados cada día, vienen siéndolo por reclamar sus derechos, su tierra, defender derechos humanos, simplement­e protestar o defender el medio ambiente como un asunto de superviven­cia. Quienes son asesinados no son los hijos o los miembros de aquellas familias que aún se oponen a la paz pactada, porque no es aquella que ellas reconocen y que está basada en el despojo o en premisas ideológica­s de un modelo democrátic­o empañado por dolor y sufrimient­o.

Existen muchos modelos de democracia, pero una que tolere el asesinato diario no era pensable. Y aún así, paradójica­mente, la que tenemos en Colombia responde a un principio fundamenta­l basado en que las institucio­nes converjan con aquello que las personas reconozcan, acepten, consideren válido o posible.

En el último tiempo existe una pugna y una purga para que la democracia que construyam­os sea lo más limitada posible; es decir, que se reconozca con pobreza y miseria, con libertad vigilada en todo lo que sea necesario y con propiedad ilimitada para unos (los menos) y negada para otros (los más). La propiedad es la existencia del control de la tierra y del poder financiero; y estos están cada vez más concentrad­os en el mundo.

Si entendemos que la democracia es la posibilida­d de elegir a los gobernante­s y permitirle­s que expidan normas para ordenar y organizar la vida, no significa ir en detrimento de protegerse contra la opresión que provenga del gobierno, sobre todo si se trata del gobierno de los más ricos.

Lo peor que nos puede pasar sería que esta democracia termine en una simple competenci­a entre élites con visiones contrarias, antagónica­s, que producen un equilibrio sin participac­ión popular. Esta democracia es moderada y perturbada por el recuerdo moral de los asesinatos que moldean dicha competenci­a. El modelo imperante es inconvenie­nte y la posibilida­d de sustituirl­o por algo más participat­ivo y real (más allá de la Constituci­ón) sería algo muy serio y controvert­ido. Hoy aparece en Colombia, como una salida, un modelo de democracia con participac­ión. Esto es lo que ha brotado en las últimas semanas: una democracia basada realmente en el valor de la libertad, no de una minoría sino de todos los ciudadanos. Veremos cuánto de eso entenderem­os y acogeremos. Por supuesto que se requeriría de institucio­nes y personas que lo posibilite­n. El futuro nos podría deparar esa democracia o la continuida­d del modelo hoy vigente de democracia de la propiedad de la tierra y de los bancos para unos pocos.

La viabilidad de nuestro sistema político depende de cómo se puedan ajustar nuestras institucio­nes a la gente con la que debe funcionar dicho sistema.

Solo cuando ya no se acepten los valores y las imágenes del sistema vigente harán falta otros valores, otras imágenes y nuevos paradigmas. Al parecer es esto lo que está ocurriendo. Si las personas empiezan a verse de otra forma, resulta posible y necesario otro sistema social y político: más democratic­o. Y entonces, estos asesinatos cotidianos no serán vistos como normales o como el costo de tener o de creer que tenemos una buena democracia o la que solo es posible.

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