Música para alejar la violencia
Niños y jóvenes que provienen de barrios problemáticos del vecino municipio conforman la Orquesta de Vientos de Children International Colombia Con música, los 140 menores se alejan de los entornos violentos en los barrios.
140 niños y jóvenes de barrios vulnerables de Soledad y Malambo conforman la Orquesta de Vientos de Children International Colombia y reciben educación en valores para la vida. Los menores también son beneficiados con servicios médicos, odontológicos y acceso a una biblioteca. Esta organización con más de 30 años en Colombia, tiene 10 centros comunitarios: cinco en Barranquilla, cuatro en Cartagena y uno en Santa Marta.
Daniel Alejandro Fernández tiene 10 años y el xilófono que toca es casi dos veces él mismo. Vive en el barrio Cachimbero, un sector deprimido de Soledad. Su minúscula figura delgada acompaña a sus 59 compañeros, entre niños y jóvenes, que conforman la Orquesta de Vientos de Children International Colombia.
Nada lo desconcentra. Lee las partituras que están frente a él y a veces gira su mirada hacia el profesor de música Juan Carlos Natera Llanos que guía a todo el grupo con sus manos, como en las orquestas sinfónicas.
El salón donde se encuentran es amplio y confortable. Las paredes son azules, las baldosas rojas y en un tablero de cristal están escritas con marcador tres líneas de notas musicales.
Interpretan la banda sonora que en el cine identifica a la 20th Century Fox. Después pasan a una introducción propia que incluye palmas, voces y cortos solos de percusión. En el mismo mosaico de notas incluyen otras canciones como Carnavaleando, El torito, Joselito Carnaval, una cumbia, La Guacherna, La tumba catre, El bololó y cierran con Colombia tierra querida. El final es limpio, diáfano, totalmente coordinado con lo que indica el maestro.
A Daniel la música lo hace feliz. Su respuesta es corta y sincera. La canción que más le gusta tocar es El bololó, de Bazurto All Start. Con su voz un poco ronca y a la vez aguda dice que le gustaría que la orquesta también tocara Avengers. Al segundo él mismo le pone freno a su ímpetu: “ese tema es a mucho nivel”.
“La música puede cambiar el mundo, porque puede cambiar a las personas”, dice una frase escrita en una de las paredes del salón que hace parte del Centro comunitario número cinco de Children International, en el barrio Arboleda, en Soledad. Dentro del inmueble, amplio y bien cuidado, los chicos beneficiados por esta ONG también pueden encontrar servicio médico, odontológico, medicamentos, educación y acceso a una biblioteca.
Children International tiene más de 30 años en Colombia. Cuentan con 10 centros comunitarios, cinco en Barranquilla, cuatro en Cartagena y uno en Santa Marta.
En el salón de música sigue la clase. “Sol sol sol sol sol sol…la la la la la la”, exclama el profesor y los alumnos repiten a la perfección. Después vienen unas palmas y más ejercicios con la escala musical contando del uno al ocho. “Nuestra metodología es muy lúdica, no solamente es juego, también va implícito un objetivo musical: disciplina”. El profesor Natera mide más o menos 1 metro con 65 centímetros, pero cuando dirige a su orquesta su estatura aumenta con el paso de las canciones. Ríe, se agita, suda, corrige, aplaude, mueve sus brazos de arriba para abajo.
Llegó por accidente a la orquesta hace ya 15 años. Suena a frase de cajón, pero es verdad. Las casualidades de la vida lo llevaron al sitial donde hoy se encuentra. Un día Luz Marina Fonseca Mejía, coordinadora del programa Empoderado, de Children International, lo vio trabajar en una fundación y le hizo la propuesta de trabajar con ella.
Y allí está. Educando musicalmente a 140 niños y jóvenes que viven en barrios de Soledad y Malambo con serios problemas sociales. Solo 60 hacen parte de la Orquesta, los demás vienen pidiendo vía.
“Para mí es una alegría inmensa ver el cambio que ellos van teniendo, sobre todo que se ve la felicidad en ellos. No solo la transformación musical, sino también la humana. Aquí trabajamos mucho los valores para la vida. Realmente aquí vamos más allá de las notas musicales, es sentir que eres apreciado, que eres feliz y valorado, que eres capaz de hacer cosas buenas por tu comunidad”.
Al “profe” Natera lo acompañan sus colegas Duchley Hoyos y Carla Romero. Entre los tres se dividen las clases en la semana. Con trabajo en equipo ya tienen ante sus movimientos de brazos una Orquesta que ya fue premiada con el primer puesto en el Concurso Nacional de Bandas Sinfónicas que se realiza en Paipa, Boyacá. El reconocimiento lo obtuvieron en la categoría Popular.
Hace poco fueron la sensación en la Coronación del Carnaval de los Niños en la Plaza de la Paz. También han estado en el teatro del Colegio Alemán y el de Comfamiliar. En todos los escenarios los aplausos para ellos fueron estruendosos.
Instrumentos de cambio. Flauta, flauta traversa, piccolo, oboe, clarinete bajo, saxofón alto, soprano, tenor, barítono, cornos, trompetas, bombardinos, tuba, contrabajo, chelo, violonchelo, placas xilófono, metalófono, todo lo que tiene que ver con percusión sinfónica como timbales, batería, conga, bombo, redoblante y un sinnúmero de instrumentos de percusión menor logran que todo “suene lindo”, que el que los escuche se teletransporte a una banda sonora, a una sala de cine o a un Festival de Orquestas del Carnaval de Barranquilla
My heart will go on (tema de la película Titanic), La libertad, compuesta por el maestro Augusto Ojito exclusivamente para ellos. Composiciones clásicas como La sonatina de Mozart, The
Pink Panther Theme, de Henry Mancini y muchas más hacen parte de su repertorio.
Daniel continúa imperturbable. Estira los brazos para alcanzar las notas de un clásico de Mozart. Cerca de él está Deisy Juliana Sarmiento. Tiene 13 años y ojos verdes. Va en octavo grado y estudia en el Dolores María Ucrós. Vive en el barrio Nuevo Triunfo de Soledad, y en la orquesta toca el clarinete. Lo hace con suficiencia, sin nervios de principiante, de hecho, ya tiene cinco años en el programa de música.
“Llegué acá por medio de la mamá de una amiga que le dijo a la mía que aquí había una orquesta. La música me genera felicidad, uno no se imagina que pueda llegar a tocar un clarinete, de cosa sabía qué era una flauta. La canción que más me gusta tocar es Colombia Tierra querida. Me gustaría que tocáramos Hasta el fin del mundo, de Jennifer Lopez”.
Al otro lado del salón está Issac David Barrios. Toca un bajo de color negó y también canta, como Paul McCartney. Tiene 18 años, llegó a los 13 y vive en El Hipódromo. Ahora estudia en una corporación universitaria.
Dice que desde pequeño le gustaba la música. Recuerda que iba a la iglesia y solo se fijaba en la forma como tocaba el grupo que animaba “los servicios”. Comenzó con un tambor, después pasó a la guitarra, luego al clarinete. Ahora el bajo es lo suyo.
“Un día un compañero de Children me dijo que aquí daban clases de música. El día que vine por primera vez me puse a llorar porque tocaron la canción de Titanic. Ahí decidí entrar a la orquesta. Ensayamos todos los días. Con el profesor Juan Carlos lo hacemos los martes y jueves, cuatro horas en la mañana y cuatro en la tarde (…) Me quiero dedicar a la música, llegar a grandes orquestas, viajar por todo el mundo”.
“Nuestra metodología es muy lúdica, no solamente es juego, también va implícito un objetivo musical: disciplina”.
“El día que vine por primera vez me puse a llorar porque tocaron la canción de ‘Titanic’, ahí decidí entrar a la orquesta”.
Issac recuerda que antes de entrar al grupo le costaba dar los buenos días en su casa. Opina que la “música cambia a las personas”, que es problema de cada quién meterse por el camino “de lo malo o lo bueno”. “A pesar de estar en un entorno difícil, la música y esta orquesta me cambió en el sentido de tener mejores modales (…) Me encantaría montar canciones de Frankie Ruiz como Tú con él, o La musa del Joe Arroyo”.
EL ORIGEN. Luz Marina Fonseca Mejía es “trabajadora social de profesión y de pasión”. Hace 25 años trabaja con comunidades vulnerables y 19 con Children International.
Señala que el proyecto de la orquesta se viene gestando hace 17 años. Todo arrancó —explica—con la iniciativa de un grupo de jóvenes que querían armar un grupo musical. “En ese entonces compramos cuatro instrumentos: una batería, un piano, una guitarra y un bajo eléctrico. Con eso arrancamos”.
La trabajadora social resalta que nada de lo que hoy se puede apreciar se podría haber logrado de no ser por “los generosos apoyos” que le han permitido comprar todos los instrumentos.
En el caso de la orquesta dice que el principal donante de recursos es la Fundación Coyote de Estados Unidos, liderada por
Dick Roberts. “A él solo le bastó hacer una visita y ver el talento en potencia de los niños para decir: yo quiero invertir”.
“El mayor logro de este proyecto es tener ese grupo de muchachos que hemos podido sacar de ese límite de violencia. Aquí hay experiencias de jóvenes que estuvieron en la droga o incluso pasaron por la delincuencia. Hoy están aquí y decidieron dejar todo lo malo. Eso ha sido absolutamente maravilloso”.
Luz Marina afirma que el trabajo musical se complementa con talleres de habilidades para la vida que la OMS establece para la formación de un ser humano sano. Esto incluye autoestima, trabajo en equipo, empatía, pensamiento crítico y creativo, control de las emociones y del estrés.
“También hacemos informes en los que habla el joven, sus padres o el líder comunal de su barrio. Otra evidencia importante para notar los avances es la observación. Estamos pendientes de cómo llega el niño y su evolución”.
Y quizás la principal evolución a la que se refiere Luz Marina se ve reflejada en las sonrisas de los niños y jóvenes que hacen parte de la orquesta. Rostros como el de Daniel, que deja ver sus dientes blancos con el enorme Xilófono en frente, sonando la canción de Titanic o soñando con tocar en su barrio, el Cachimbero, la versión clásica del tema de los Avengers.