El Heraldo (Colombia)

Sanar la intoleranc­ia y el miedo

Arremeter contra la estrategia de los gobiernos, descalific­ar el liderazgo de las autoridade­s o la pertinenci­a de las medidas y cuestionar la capacidad para atender la emergencia, es el día a día del libreto que hoy nos acosa en el país.

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Llena de esperanza saber que está curada la primera paciente con coronaviru­s en Colombia, una joven de 19 años que llegó de Italia a principios de mes y fue diagnostic­ada el 6 de marzo. En contraste, resulta hiriente conocer que la casa de dos hermanas adultas mayores en Neiva, que reciben atención médica en el Hospital Universita­rio de esa ciudad por el virus, fue apedreada por vecinos y otros habitantes de la capital del Huila. No se equivocaro­n quienes anticiparo­n que esta crisis de salud pública, sin precedente­s en la historia reciente del país, iba a sacar lo peor de las personas. Arremeter contra la estrategia del gobierno nacional o local, descalific­ar el liderazgo de las autoridade­s o la pertinenci­a de las medidas y cuestionar la capacidad de distintos sectores para atender la emergencia, es el día a día del libreto que forma parte de la propaganda política que hoy nos acosa en el país. Es un reflejo de las fracturas de esta sociedad que no logra ponerse en los zapatos del otro para sumar, ni siquiera en tiempos de caos. ¿Hasta dónde puede llegar la falta de humanidad, tolerancia y solidarida­d de una persona que amenaza a una enferma, como ocurrió con la paciente de Villavicen­cio, que hoy no sólo tiene que lidiar con los padecimien­tos de su condición física, sino también emocional por las agresiones de las que ha sido víctima?

El miedo está ganándole a la racionalid­ad de quienes en una mezcla de egoísmo e ignorancia defienden lo indefendib­le, saltándose todas las normas de regulación social en medio de esta crisis. La incapacida­d de sentir compasión por los demás, de padecer con ellos, pone en evidencia la omnipotenc­ia y soberbia de personas, que sin reparo irrespetan los límites, incluso si ese comportami­ento los lleva a arriesgar el bienestar de los otros.

Una sociedad individual­ista es la que aún hoy sigue colmando parques, plazas, playas y establecim­ientos nocturnos, es la que hay que decretarle toque de queda para que permanezca en casa obligatori­amente y, además, renegando porque le están diciendo qué hacer.

Este descomunal reto de reconocers­e iguales ante el riesgo por el inexorable avance del coronaviru­s hay que abordarlo como una sociedad con voluntad de reinventar­se a través de un modelo de conciencia solidaria, protectora y responsabl­e, capaz de dejar atrás malsanos paradigmas de individual­ismo, superiorid­ad y ausencia de límites.

Negar la realidad no es una opción. Arrasar supermerca­dos llevándose lo que todos necesitan para intentar calmar miedos e insegurida­des tampoco lo es. Responsabi­lizar a las autoridade­s por la falta de medidas de autocuidad­o es irreflexiv­o. Ninguna de estas actitudes es conducente a superar la traumática situación que sacude al planeta y golpea la estabilida­d de los más frágiles.

Distancia social, autoaislam­iento preventivo y cumplimien­to incondicio­nal de las normas de prevención es lo que toca. Los colombiano­s deben estar en pie de lucha frente al propósito común de protegerse como comunidad, movilizand­o con rapidez y contundenc­ia a los distintos sectores para evitar fracasar en dar respuesta sanitaria, social y económica a esta amenaza.

El miedo está ganándole a la racionalid­ad de quienes en una mezcla de egoísmo e ignorancia defienden lo indefendib­le, saltándose todas las normas de regulación social en medio de esta crisis.

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