El bien de las ovejas
Uno de los diálogos más hermosos y a la vez esclarecedores que ha dejado la antropología visual y el cine etnográfico lo protagonizaron en los años 70 los investigadores y realizadores Sol Worth y Jhon Adair con Sam Yazzie, un aborigen norteamericano perteneciente a la tribu Navajo, con quienes los citados investigadores querían desarrollar una peli que sirviera de material de estudio, y para lo cual buscaban el permiso respectivo. Al ser interrogado, Yazzie a su vez preguntó: “¿Hacer la película le hará algún mal a las ovejas?”. A la respuesta negativa volvió a preguntar: “¿Y hacer la película le hará algún bien a las ovejas?”. Con el segundo “No” como respuesta, el anciano navajo replicó: “Entonces, ¿Para qué hacer películas?”
Este pedazo de la historia sirve para evidenciar que los contextos sociales y la manera como los mismos influyen en nuestras vidas marcan las respuestas y las maneras de actuar que asumiremos ante determinados hechos o, como en el caso del ejemplo, interrogantes. Para el Navajo son su cultura y su pueblo, representados en las ovejas, más importantes que el afán del foráneo por representarlos, independientemente del supuesto loable o educativo fin que esto tenga; y con dignidad creativa se los hace ver.
Y paralelamente, se reivindica la propia postura sin temor a la supuesta dominancia intelectual del otro; y sin que ello implique cerrar los canales de comunicación. Si ambos lados son inteligentes (ya sabemos que la inteligencia poco tiene que ver con lo mucho que se haya leído o estudiado), no se negarán a la posibilidad de entenderse. En lo que a esta historia compete, se entendieron, el filme se hizo y es material de estudio para distintas disciplinas.
En estos días de encierro forzoso y responsable, bien pudiéramos preguntarnos por el bien o mal que nos hace tanto como sociedad y como individuos el repetir actitudes, modos de vida, de consumo, de relación con la naturaleza y hasta maneras de pensar a las que nos acostumbramos bien sea porque las hemos visto repetirse siempre, porque nos enseñaron que así era, o porque no nos enseñaron que había otras formas. ¿No había otra manera de acceder a fuentes de energía que no pasaran por hacerle daño al ecosistema? ¿Por qué como humanidad fuimos capaces de ir a la Luna y no de desarrollar maneras confiables y económicas de acceder a energías renovables? ¿Si necesitaremos para vivir todo lo que dicen que necesitamos para vivir? Si tanto repiten que “el que no trabaja no come”, ¿No deberíamos todos tener la posibilidad de acceder a un empleo digno? ¿No debería el Estado asegurar unos mínimos vitales de acceso a servicios públicos, salud y educación, que no dependan directamente del mayor o menor poder adquisitivo de cada individuo? ¿No debería el servicio público ser un honor y no un privilegio? ¿No nos iría mejor si tuviéramos más médicos y menos políticos?
Si la idea es hacer el bien a las ovejas, deberíamos creer menos en los lobos.