El Heraldo (Colombia)

Don Juan Bolondrón

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EL HERALDO, consecuent­e con la crisis de salud pública por coronaviru­s que afronta el país y el mundo y dando estricto cumplimien­to a las medidas adoptadas por el Gobierno nacional y las autoridade­s de Barranquil­la y el Atlántico de no permitir eventos con más de 50 personas, no realizará la cobertura de actividad social en la ciudad mientras dure esta emergencia. Además, el diario se abstiene de publicar fotos de la actividad social registrada por nuestros reporteros gráficos durante los últimos días. Esperamos su comprensió­n.

Haz de saber para contar y entender para saber que éste era un pobre zapatero llamado Juan Bolondrón. Un día que estaba sentado en su banco tomando un plato de leche, como cayesen algunas gotas de leche en el banco, se agruparon muchas moscas y él les pegó una palmada, y mató siete. Entonces se puso a gritar:

– ¡Soy muy valiente, y en adelante me he de llamar Don Juan Bolondrón Mata–siete–de–un–trompón! Había en los alrededore­s de la ciudad un bosque, y dentro del bosque un jabalí que hacía mucho mal a los habitantes, pues ya se había comido gran número de ellos. El rey había enviado mucha gente para cazarlo; pero siempre los hombres huían de miedo, y a otros se los comía, pues era sumamente bravo. Un día llegó a oídos del rey que había en su ciudad un hombre que se llamaba Don Juan Bolondrón Mata–siete–de–un–trompón. - ¿¡Oh!–dijo–. Ese debe de ser muy guapo; mándenlo venir a mi presencia para conocerlo.

- En efecto, lo trajeron; y cuando lo vio el rey, le dijo:

-Hombre, tienes un nombre muy valiente; ¿es verdad que matas siete de un trompón?

- Sí, Vuestra Sacra Real Majestad.

- Pues bien–le dijo el rey–. Tengo una hija muy bonita y te la doy por esposa si me matas el jabalí que tantos estragos hace en la ciudad. ¿Te atreves?

- Sí, Vuestra Sacra Real Majestad. - Enhorabuen­a; pero si no lo matas, te mandaré cortar la cabeza. Mañana irás, y elegirás en mi sala de armas las que mejor te agraden.

Al día siguiente, Don Juan Bolondrón se preparó muy bien, y con las mejores armas que supo escoger, y tiritando de miedo, se fue donde la fiera. Estaba más feroz que nunca, pues hacía tres días que no había podido cazar hombre alguno. Don Juan se puso a reflexiona­r qué haría, de qué modo podría matar aquel animal, pues más probable era que lo matara a él, o, si escapaba, del rey no escaparía. Además nunca había tomado en sus manos más armas que las herramient­as de su zapatería. Pronto llegó a un bosque que había fuera de la ciudad, y tan luego como la fiera que tenía su guarida allí tomó olor de gente, salió del bosque con los ojos que vertían sangre y las cerdas erizadas, furiosa de rabia y hambre. Cuando Don Juan Bolondrón la vio venir se echó a correr en la dirección del palacio y tras él el jabalí, que no vio más que a él, y ambos, corriendo a cual corre más, Don Juan consiguió llegar al palacio y mantenerse tras la puerta de la calle. La fiera entró en su seguimient­o, y pasó más allá a otro patio a donde estaba la guardia. Los soldados, que habían oído el ruido, locos de terror, tuvieron preparados sus mosquetes y todos a la vez descargaro­n, y el jabalí cayó muerto como una piedra.

Don Juan Bolondrón se había asomado para ver lo que pasaba, y oyendo los gritos de los soldados, corrió de su escondite con la espada en la mano y se puso a retar a los guardias por haberle quitado la presa, y después fue derecho al rey, que había salido también para ver que bulla era aquella que había en palacio.

– ¿Qué es esto, Don Juan?–dijo el rey. – ¿Qué ha de ser, Vuestra Sacra Real Majestad? Pues no solamente he querido matar al jabalí, sino que lo traje vivo para mostrársel­o, y esos soldados del demonio me lo han muerto cobardemen­te.

– Eres muy valiente, Don Juan, y bien mereces por esposa a la princesa mi hija.

Enseguida, fue alojado en palacio con mucha pompa, y a los pocos días celebraron las bodas.

Como ya le había pasado el susto de la fiera, y todo quedó muy tranquilo y feliz, no pudo dejar de pensar en las miserias de su vida pasada y hacer comparació­n con su dicha presente, y en consecuenc­ia de esto, una noche soñó con su zapatería; y como tenía la costumbre de hablar soñando, gritó a su mujer:

– ¡Hijita, pásame las hormas, las hormas! ¡Necesito el sacabrocas! ¡Dame la lesna!

La princesa, a quien despertó con sus gritos, se puso muy pesarosa, pensando que tal vez su padre la había casado con un zapatero.

Así sucedió que al otro día muy temprano se fue a donde él, y le dijo: – Señor padre, tal vez me has casado con un zapatero, pues anoche en sueños me pidió las hormas, la lesna y el sacabrocas; y ahora te ruego que lo averigües.

Mandó pues el rey llamar a su presencia a Don Juan Bolondrón Mata–siete–de–un–trompón, y le dijo: –¿Hombre, eres por ventura zapatero? ¿Y habrás tenido el atrevimien­to de casarte con mi hija?

–Señor– dijo Don Juan–, la señora princesa, como estaba dormida, por lo pronto no comprendió bien lo que yo decía. Soñaba que me estaba burlando de una fiera que traje cautiva donde vuestra majestad. Le decía que tenía la cara de horma, los colmillos de lesna, y las quijadas de sacabrocas, y esto es todo.

–¡Lo que son las mujeres!–dijo el rey. – ¿No ves, hija, por cuán poco te trastornas el juicio? Idos tranquilos y no vengáis con quejas uno del otro. Pues así sucedió; vivieron felices muchos años, tuvieron muchos hijos, y se acabó el cuento.

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