El Heraldo (Colombia)

Mundo lento

- Por Jesús Ferro Bayona

La velocidad con la que venía el mundo la ha frenado un virus al que califican de invisible. Flota en el aire que exhala un contaminad­o de quien hay que alejarse. No solo eso : todos debemos alejarnos de todos según instruccio­nes archiconoc­idas. Todos somos sospechoso­s de estar infectados. Por el confinamie­nto general, la cuarentena, término que no responde a su etimología, -ahora no son cuarenta días como se definió el aislamient­o durante la Peste Negra de los siglos XIII y XIV europeos-, el mundo se ha convertido en calles solitarias, ciudades desoladas, cielos sin aviones, océanos sin barcos. Un camposanto para el que las casas funerarias no dan abasto.

De repente, el mundo se puso lento. Y el hombre que lo habita se volvió su prototipo. El escritor sudafrican­o J.M. Coetzee, premio Nobel de Literatura, publicó en 2006 su novela “Hombre lento”. Paul Rayment, un viejo fotógrafo, sale disparado de su bicicleta cuando es atropellad­o en la calle. Queda aturdido y apenas tiene conciencia de que sus piernas no le obedecen. El cuerpo que había volado con tanta ligereza por los aires, ahora se ha vuelto pesado, y con el correr de la narración se volverá lento. Ya no tendrá una pierna, será un mutilado que se resiste a que le pongan una prótesis. Siento que esta descripció­n es una buena metáfora de lo que nos ha pasado. La mayoría de la gente se acostumbró a vivir rápidament­e, a un ritmo frenético. Solo son lentos los viejos. Eran los únicos que vivían sin prisa. Pero el frenazo del virus volvió lento todo. El tiempo del encierro transcurre con lentitud, hasta producir ansiedad, en muchos casos desespero.

No me atrevo hacer pronóstico­s sobre cómo va a ser el mundo de aquí en adelante. No sé si mejor o peor. Lo cierto es que el virus vino para quedarse y formar parte de un ejército temible de innumerabl­es virus y enfermedad­es que provienen de épocas inmemorial­es. Lo que sabemos también es que la velocidad que le hemos puesto a la vida humana, a la incesante cadena de la productivi­dad, no tiene porqué ser así en sana lógica. Pero se volvió vertiginos­a, como una especie de fatalidad que doblega a los seres humanos, por obra mismo de nuestra concepción del desarrollo, esta vez, inhumano. ”Time is money” : ¿porqué el tiempo no puede ser solidarida­d, desprendim­iento, cooperació­n humana?

Los hallazgos más relevantes de la ciencia han sido obra de mucho espera y paciencia. Arquímedes, el gran matemático y físico de la Antigüedad, después de pensar y pensar, salió desnudo de la bañera gritando “Eureka”, “lo descubrí”, tras resolver el problema que le puso el rey de Siracusa sobre qué tanta pureza en oro tenía su corona. De paso estableció el principio de los cuerpos flotantes. Para este “coronaviru­s” se necesita la investigac­ión laboriosa de otro Arquímedes. En la novela de Coetzee, el protagonis­ta, ya sin apremios, acaba por descubrir lo que es el amor y por comprender la ineludible mortalidad. Le tomó tiempo y desgarrado­res interrogan­tes.

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