Una nueva esperanza
Colombia es hoy día un país que tiene grandes progresos en variados campos de la actividad humana y en su estructura institucional. No podemos negar que el mismo proceso de paz que inició en el gobierno de Santos, deficiente en muchos aspectos, es un paso más hacia la estabilidad democrática y el respeto a los derechos humanos. En general debemos estar optimistas porque vámos hacia un futuro más promisorio a pesar de los tropezones, piedras en la rueda de la vida.
No obstante tres grandes lunares entorpecen este avance hacia la estabilidad socioeconómica y ellos son: la deficiente aplicación de la justicia en todas sus características, formas y modalidades, es decir, la misma hermenéutica de la disciplina del derecho no solamente en la rama penal sino en todo a sus demás vigentes; En segundo lugar la corrupción que ha llegado a niveles intolerables como “fruto de la justicia fallida hija de la impunidad “como dijo Bovvio; Y en tercer lugar la enpara démica violenta politiquería que nace de nuestra herencia sociológica, basándose en la espiral de odios y venganzas que han escriturado el ejercicio político como su expresión más real .
Para nosotros justicia con mayúscula es la pirámide desde la cual se podría dar una sustancial mejora en los demás capítulos de la vida nacional. Pero desde hace tiempo nuestra justicia está fallando y no hemos podido encontrar el método, el sistema, la vía, para poder corregirla, enderezarla, o reformarla. Por razones políticas de peleas internas, por una falta de conexión en el Congreso, por falta de claridad en los roles más perseguidos para la reforma, por las implicaciones en los controles del poder dentro y fuera de la misma corte. Y un país con justicia coja no es viable a largo plazo.
Una reforma integral bien estructurada acorde con los adelantos tecnológicos y científicos de los últimos años, ha necesitado del músculo del poder ejecutivo que a veces lo ha tenido y otras veces no. No es que haya fracasado mucho administrar justicia sino que políticamente con el presidente en turno de la mano no pudieron encontrar el sendero de coordinación con el Congreso y las mismas cortes. Pero la verdad es que nuestra justicia necesita en todas sus disciplinas, un revolcón que cambie sistemáticamente todas las estructuras, corregir bastantes embuchados psicóticos que le envenena, eliminar figuras procesales que le embrutece, reprogramación de requisitos para magistrados y jueces, endurecer penas y castigos sin amenazar los derechos humanos como agente descalificador y por supuesto recuperar la confianza ciudadana que se perdió hace rato y es sencillamente elemento fatal.
Afortunadamente llegó a la cartera del caso la doctora Margarita Cabello de quien conocemos sus altísimas capacidades, ejecutorias y pergamino de valores éticos. Mejor nombramiento no habría podido realizar el presidente Duque. El va piano, sin estridencias, escogiendo colaboradores acertados, gobernando con valentía y entereza, no necesitan bayonetas al ciento para promover reformas sustanciales. Ya hay reforma en borrador, está en el escritorio de la señora ministra y esperamos que una vez se supere la pandemia, regresando a la normalidad, el congreso asuma su estudio a profundidad y eficientemente.