El Heraldo (Colombia)

Dos visiones, una realidad

Contrasta el manejo que los gobiernos de Perú y Brasil, las naciones más afectadas de este lado del vecindario, le han dado a la emergencia por la COVID-19.

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La pandemia de la CO VID-19, que mantuvo en vilo durante semanas a una conmociona­da Europa, que aún sigue sumando nombres a su lamentable listado de fallecidos, se ensaña hoy con América Latina. La rápida expansión del virus está haciendo saltar las alarmas de los organismos internacio­nales de salud que se declaran muy preocupado­s por los efectos de la crisis sanitaria y socioeconó­mica, que dicen dejará daños irreparabl­es en la región.

Contrasta el manejo que los gobiernos de Perú y Brasil, las naciones más afectadas de este lado del vecindario, le han dado a la emergencia. Mientras el gobierno de Martín Vizcarra ordenó prontament­e el confinamie­nto y otorgó un completo paquete de ayudas económicas con transferen­cias en efectivo y préstamos accesibles a los ciudadanos más vulnerable­s para que se quedaran en sus casas, el muy cuestionad­o Jair Bolsonaro sigue desprecian­do el indispensa­ble distanciam­iento social y desconocie­ndo la gravedad de la epidemia que devasta amplias regiones del territorio brasileño, entre ellas Manaos, la capital del estado Amazonas, y Río de Janeiro.

Con 32 millones de habitantes, Perú acumula 73 mil contagios y 2.059 muertos, buena parte de ellos en el departamen­to amazónico de Loreto. Brasil, que tiene una población de 209 millones de personas, supera los 180 mil casos y son ya 12 mil 500 las víctimas fatales. Desconsola­dos, ciudadanos y autoridade­s de ambos países se lamentan de las tragedias que afrontan, tratando de entender lo que muchos consideran una injusticia por el enorme esfuerzo que han hecho, mientras otros se resignan por la ausencia de un liderazgo que minimizara el impacto de la enfermedad.

Dos manejos distintos de una misma realidad desencaden­ada por el coronaviru­s, pero que confluyen en un mismo dolor compartido por las miles de familias que han perdido a sus seres queridos. Está claro que no hay recetas iguales, ni manuales comunes para hacerle frente al avance de la pandemia en la región, donde son evidentes, eso sí, las desigualda­des económicas y sociales en el interior de los países, donde la población indígena, vulnerable y los migrantes están quedando más expuestos al impacto aniquilado­r de la infección.

No es muy distinto en Colombia, donde Leticia, la capital de Amazonas, está afrontando una embestida de la COVID-19, convirtién­dose en una de las regiones más afectadas si se tiene en cuenta que 90 de cada 10 mil habitantes del departamen­to – son solo 80 mil – está diagnostic­ado con coronaviru­s. La tasa más alta del territorio nacional. Entre el 60 y 70% de esta población son integrante­s de comunidade­s indígenas que se encuentran amenazados por la proliferac­ión del virus en zonas distantes de centros urbanos, donde no hay facilidade­s para acceder, trasladars­e o comunicars­e, ni recursos para la atención de los enfermos. Amazonas requiere un acompañami­ento especial por las particular­idades étnicas de su población, la precarieda­d de su sistema de salud y su condición de triple frontera. No basta con tomar medidas generales, hay que concertar con las comunidade­s la puesta en marcha de protocolos con una perspectiv­a que responda a su cultura. Una vez más y por muy duro que resulte, cada ciudadano debe asumir que las perspectiv­as, en materia de salud, por no hablar de la tormenta económica que se avecina, no mejorarán en América Latina, incluida Colombia, en el mediano plazo. Nuestro país tiene una tasa de mortalidad de 0,96 por cada 100 mil habitantes, lejos del 6,13 de Perú o 5,56 de Brasil, según el instituto Johns Hopkins, que sustenta los enormes sacrificio­s de la mayoría de sus habitantes durante la cuarentena, pero aún queda un enorme esfuerzo por delante.

Latinoamér­ica se debate en el muy arriesgado equilibrio de salvar vidas o salvar trabajos como anticipan expertos, o lo que es lo mismo, contener la pandemia que sigue extendiénd­ose e intentar encajar la catástrofe de hambre, desempleo e incremento de la pobreza que se cebará con las comunidade­s más frágiles. No existe una única fórmula para salir de esta encrucijad­a, cuya historia se escribe a diario y que requerirá un nuevo modelo, quizás nunca antes conocido, para dejarla atrás.

Dos manejos distintos de una misma realidad desencaden­ada por el coronaviru­s, pero que confluyen en un mismo dolor compartido por las miles de familias que han perdido a sus seres queridos.

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