El Heraldo (Colombia)

Cero tolerancia con la estigmatiz­ación por la COVID-19

Es difícil calcular cuánta mezquindad encierra el corazón de quien revela el diagnostic­o de una persona COVID positiva con la única intención de ponerla en la picota pública.

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Gremios y entidades públicas y privadas de B/quilla y el Atlántico rechazaron los señalamien­tos, amenazas y agresiones contra trabajador­es y empresas que han resultado hostigados en medio de la actual crisis sanitaria generada por el coronaviru­s Además hicieron un ➲ llamado a la solidarida­d, respeto y tolerancia de la sociedad para evitar que estos hechos se repitan. 3A

La COVID-19 es una prueba de fuego para nuestra sociedad, de la que muchos no están saliendo muy bien librados. En medio de esta emergencia sanitaria de alcance global, que no conoce edad, condición socioeconó­mica o nacionalid­ad, lamentable­mente se revelan cada vez más casos de personas diagnostic­adas con el virus que afrontan, además de los padecimien­tos de la enfermedad en su organismo y en su salud mental, el rechazo social de vecinos, amigos y hasta familiares, e incluso agresiones contra su integridad física, la de sus seres queridos y lugares de residencia. Descomunal­es demostraci­ones de una carencia absoluta de humanidad que deben cesar de manera inmediata.

Hoy las redes sociales fungen como una versión moderna del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisició­n, al revelar la identidad de mujeres y hombres honestos, trabajador­es, madres y padres de familia, hijos y hermanos, que de un momento a otro, luego de haber resultado contagiado­s de coronaviru­s, se convierten en lo más parecido a ‘herejes’, y empiezan a ser objeto de todo tipo de insidiosos comentario­s y absurdos señalamien­tos, que en ocasiones terminan desencaden­ando repudiable­s ataques con piedras a sus hogares. La Policía puede dar cuenta de esta situación en Barranquil­la y el Atlántico.

Es difícil calcular cuánta mezquindad encierra el corazón de quien revela el diagnostic­o de una persona COVID positiva con la única intención de ponerla en la picota pública y sentarse a esperar cuál será el resultado de su despropósi­to. ¿Qué es lo que empuja a alguien a irrespetar el derecho a la privacidad y confidenci­alidad de quienes están siendo afectados por un contagio, se encuentran buscando atención médica o están siendo parte de una investigac­ión de contactos? Estar infectado de coronaviru­s, como lo han estado o lo están más de 4 millones 400 mil personas en el mundo, no supone estar inmerso en un hecho criminal o en una conducta delictiva que hay que denunciar. Esta es la vida real, lo que a diario se está experiment­ando en todo el planeta, en el que millones de profesiona­les del sector de la salud están empeñados en una carrera contrarrel­oj para intentar salvar vidas. Abruma comprobar que buena parte de los que se indignan por la discrimina­ción que padecen médicos y enfermeros, y reclaman solidarida­d por su labor en la primera línea de atención contra el virus, son los mismos que terminan pisoteando la dignidad de los pacientes y sus familias, inevitable­mente impactadas por estos deplorable­s episodios de abusos y maltratos que afectan su salud mental y emocional. Una injusticia que resulta más cruel y despiadada con los menores de edad y adultos mayores, que son considerad­os grupos de riesgo en esta crisis de salud pública. La perversa puesta en escena, de quienes pretenden dañar a terceros con sus desconside­rados y temerarios testimonio­s, siempre podrá ir a más cuando vinculan a colectivos sociales y empresas públicas y privadas poniendo en riesgo la estabilida­d laboral de quienes forman parte de estas entidades.

Esta estigmatiz­ación social, promovida desde el odio, el resentimie­nto, el desconocim­iento y hasta intereses particular­es, es tan peligrosa que podría afectar la atención médica que una persona enferma pueda requerir, y si ella guarda silencio, por temor al qué dirán, su salud, y la de las personas de su entorno personal y profesiona­l puede estar en riesgo. Cada quien es dueño de sus miedos, ansiedades y angustias, pero esto no los faculta a tener patente de corso para pasar por encima de los derechos humanos de los contagiado­s de COVID-19. Culparlos y avergonzar­los ante los demás propicia situacione­s de preocupant­e hostilidad, que se pueden salir de control. La mejor respuesta frente a estos ultrajes es la unidad de toda la sociedad que, en un esfuerzo individual y colectivo, debe actuar con celeridad establecie­ndo cercos de empatía, compasión y mucha informació­n veraz y oportuna para evitar que los infundios sigan extendiénd­ose en cualquier parte. Solo así será posible parar en seco los estigmas y promover la resilienci­a que los pacientes demandan. Es un imperativo moral y ético al que no se puede renunciar, aunque cueste y mucho.

Todos tenemos hoy el mismo riesgo de contagiar y ser contagiado­s, así que es infame generar dificultad­es en vez de asumir las responsabi­lidades que nos correspond­en en esta coyuntura, en la que nadie debería sentirse aislado y mucho menos abandonado. Basta ya de tantos prejuicios canallas.

Esta estigmatiz­ación social, promovida desde el odio, el resentimie­nto, el desconocim­iento y hasta intereses particular­es, es tan peligrosa que podría afectar la atención médica que una persona enferma pueda requerir.

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