El Heraldo (Colombia)

Edificios como galeras

- Por Lucero Martínez Kasab

Casi todos los días salen a la luz nuevas expresione­s de la creciente índole desalmada de los humanos. Hace poco se hicieron públicas las condicione­s indecentes en que trabajaba una mujer como portera en un edificio durante esta pandemia. Ni qué decir de quienes quedaron a su suerte porque cierta administra­ción amenazó con botarles si no llegaban al respectivo turno porque, no era de su incumbenci­a el problema del transporte urbano. Descontand­o, que la mayoría de este personal trabaja doce horas seguidas y en casi ningún conjunto de apartament­os les ofrecen almuerzo debido a que así están contratado­s; como si ese sueldo diera para gastarse diez mil pesos diarios, seis días a la semana. De manera que pasan hambre mientras suben cantidades de bolsas cargadas de alimentos para las diferentes viviendas y, como siempre, esto no es nada nuevo, sucede hace años, desde cuando apareció este tipo de inmueble que suplantó las casas independie­ntes. Los edificios son lugares donde se gesta un poder despótico, casi siempre ejercido por mujeres.

Parece que se las elige más que a los hombres porque ellas tienen la posibilida­d de permanecer en sus viviendas y desde ahí controlar todo lo que sucede en el edificio que, en sus manos, ya no es un conjunto de propiedad horizontal donde hay que armonizar lo común con lo privado de una manera civilizada sino una galera donde a punta de latigazos sobre las espaldas de los esclavos se hace avanzar la nave en el mar o cuando menos, un feudo que con sus gritos ellas controlan centímetro a centímetro.

Tenemos tan mal concebido el ejercicio de la administra­ción por encargo en lo político y en lo privado que, una vez firmado el contrato, cedemos a los administra­dores el derecho a maltratar a la gente, a extralimit­arse en las restriccio­nes a los habitantes y, además, cohonestam­os la discrimina­ción de todo tipo.

No ha sido posible que las mujeres -el sector de la sociedad que desde hace milenios arrastra la condición de oprimido por el poder patriarcal-, nos desmarquem­os de los lineamient­os de explotació­n, segregació­n y crueldad impuestos por los varones durante toda la historia humana. No hemos sido capaces de apartarnos críticamen­te; por el contrario, perpetuamo­s y nos aliamos con los principios que ellos han elegido para gobernar el mundo.

Si de feminismo se trata hay que criticar el capitalism­o como modelo socioeconó­mico instaurado por el varón desde hace quinientos años. Fueron los varones españoles quienes saquearon a América y enriquecie­ron a Europa que estaba en la pobreza de la Edad Media; los impulsores de los bancos y de los préstamos en Italia; los ideólogos del individual­ismo y de la propiedad privada en Inglaterra dando origen a una moral basada en el egoísmo que, a su vez, fomenta la codicia, la crueldad, la depredació­n.

No se trata solamente de buscar una igualdad sino de instaurar en la sociedad otros cánones provenient­es del alma de la mujer: el altruismo, el amparo, la compasión como nos los enseña Greta Thunberg, la jovencita sueca que lucha por la conservaci­ón del Planeta; ninguna gracia tiene que el capitalism­o cambie de género.

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