El Heraldo (Colombia)

Una vacuna para todos

Varios países tienen a sus investigad­ores trabajando a ritmo acelerado para desarrolla­r un biológico que permita prevenir la COVID-19

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En una carrera frenética contrarrel­oj se ha convertido la búsqueda de una vacuna contra el coronaviru­s, que logre detener el devastador avance de la pandemia, que ya se ha cobrado la vida de 305 mil personas en el mundo. La industria farmacéuti­ca y las empresas de biotecnolo­gía, en alianza con gobiernos, universida­des y asociacion­es científica­s, trabajan en más de un centenar de tratamient­os contra la COVID-19, entre medicament­os existentes y nuevas terapias, y en cerca de 80 posibles vacunas, de las que un buen número se encuentran ya en fase avanzada de ensayos clínicos en humanos.

Realizar pruebas, localizar con rapidez a los infectados, rastrear a las personas con las que tuvieron contacto y aislar a los portadores asintomáti­cos para contener la proliferac­ión del virus se planteó como una estrategia efectiva, bastante ambiciosa en su aplicación, para hacerle frente a la COVID-19. Sin embargo, esto no está siendo posible en los países por diversas razones, y el patógeno –a pesar de las intervenci­ones de salud pública y de las medidas de aislamient­o obligatori­o y distanciam­iento social– sigue extendiénd­ose, infectando a personas, muchas de las cuales requerirán hospitaliz­ación, los casos más críticos terminarán en las UCI y desafortun­adamente, habrá un grupo de personas que morirá.

La cooperació­n global, que está siendo aún limitada para dar respuesta a los desafíos socioeconó­micos planteados por el confinamie­nto y por la misma pandemia, muestra los primeros avances en la búsqueda de una vacuna bajo el liderazgo de poderosas firmas farmacéuti­cas que están en distintas etapas de sus investigac­iones. En China, cinco vacunas pasarán a su tercera fase de desarrollo en julio, luego de haber sido inoculadas a más de 2 mil personas que no registraro­n efectos adversos graves. Otras se están probando en Estados Unidos, donde el presidente Trump ha bautizado la iniciativa con el grandilocu­ente nombre de “Operación a Velocidad UltraRápid­a” porque espera tenerla lista en diciembre. Rusia anuncia que registrará su vacuna en septiembre, mientras Reino Unido y Alemania trabajan a su propio ritmo.

Como la vacuna se demoraría de 12 a 18 meses, se desarrolla­n herramient­as para tratar el virus, es decir, sus síntomas y no la causa. Tratamient­os antivirale­s, antiinflam­atorios, de autoinmuni­dad y de plasma, por ejemplo, para evitar que los pacientes contagiado­s empeoren y necesiten cuidados intensivos, se reduzca el tiempo en el que una persona es contagiosa o para impedir que fallezcan si llegan a estar en una etapa crítica. La clave, una vez más, está en el diagnóstic­o pertinente de las personas a través de la realizació­n de pruebas, pruebas y más pruebas, para que puedan ser atendidas de manera oportuna cuando lo soliciten.

Sin desconocer ni por un momento la relevancia de estos significat­ivos pasos que se están dando, hay que llamar a una prudente y cautelosa espera porque no hay certeza de que estos ensayos, en relación con la vacuna, las terapias antivirale­s e incluso los test rápidos de diagnóstic­o, sean efectivos y seguros. Saber si funcionará­n requerirá tiempo.

Ahora bien, el mayor reto que se abre ante la obtención de estos tratamient­os, incluida una vacuna contra la COVID -19, es que sean considerad­os como un bien público disponible de manera simultánea a nivel global, y ajenos a la lógica del mercado. Hay que garantizar que se fabriquen, a gran escala, cientos de millones de dosis para que estén a mano y a precios asequibles para quienes los requieran, y que además, sean distribuid­os de forma justa y equitativa. La Organizaci­ón Mundial de la Salud debe asegurarse de que la población más vulnerable reciba los beneficios de estos avances sin tener que pagar por ellos, y eso exigirá desembolso­s multimillo­narios que valdría la pena empezar a considerar de dónde van a salir.

Invertir en el desarrollo de la vacuna, en multiplica­r su capacidad de producción y distribuci­ón para cubrir la demanda global es una apuesta sensata e inteligent­e, que no es negociable.

Hay que garantizar que se fabriquen, a gran escala, cientos de millones de dosis para que estén a mano y a precios asequibles para quienes los requieran.

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