El Heraldo (Colombia)

Me acostumbré

- Por Marcela García Caballero

Yde repente, sucedió lo que hace dos meses juré que era impensable, lo que hace sesenta días creí que iba a acabar con mi salud mental, lo que hace tanto tiempo (porque es impresiona­nte lo lejos que siento todo, como si fuese de otra vida) pensé que era imposible. Finalmente me acostumbré a esto.

Y no, no por eso estoy diciendo que me encante esta nueva vida, no por eso estoy diciendo que no me hace falta ver a mis seres queridos, pues a pesar de tener la inmensa fortuna de estar junto a mis padres y mi prometido, cada día que pasa extraño aún más a mis hermanos, a mis sobrinos, a mis abuelos, a mis tíos y primos, a mis cuñadas, a mis suegros y a mis amigos, pero sobre todo, no por eso estoy diciendo que mi situación debe ser la misma para todo el mundo, ya que tengo claro, como lo he resaltado en mis anteriores columnas como la mayor preocupaci­ón que acecha cada momento de mi día, que este confinamie­nto está haciendo que mucha gente pase hambre, que mucha gente sufra, que mucha gente se encuentre en estados críticos de miseria y que mucha gente esté en riesgo de violencia doméstica.

Simplement­e, quiero en este espacio destacar que no me canso de asombrarme de la cualidad que tenemos las personas para acostumbra­rnos a todo. “El ser humano es un animal de costumbre”, lo aprendí cuando estaba en el colegio, pero solo hasta ahora es cuando realmente puedo decir que es cierto. Porque ya mi mente no piensa en salir, no piensa en las rutinas que por muchos años la acostumbré a tener, no piensa en las calles llenas de gente, en la vida social que tuvo, en los ambientes laborales de los que se rodeó, en los ejercicios al aire libre que hizo, o hasta en los festivales, fiestas y rumbas callejeras que tanto le gustaban. Como si esos recuerdos, a pesar de pertenecer­le, no interfirie­ran con su nueva forma de ver el mundo.

No sé si esto también le suceda a alguno de ustedes mis queridos lectores, no sé si soy la única que se siente así, pero a pesar de que sé que va a ser muy fácil que mi mente y mi cuerpo se desacostum­bren a esto una vez todo vuelva a la ‘normalidad’, hoy ya no siento la ansiedad de sentirme encerrada como al principio lo sentía. Como por arte de magia, cuando abro los ojos por primera vez en el día ya no pienso en salir corriendo por las calles, ni me hace falta el bullicio normal de la ciudad. Ya no lo espero, ya no lo necesito, ya no hace parte de todo lo que consideré alguna vez esencial para la vida.

Y aunque sé que si ponemos todo en una balanza, son más las cosas negativas que positivas las que se desprenden de esta pandemia, debo decir que es gracias a esta experienci­a que hoy sé que la mente es capaz de todo, que la actitud es quizás más valiosa que el talento, que hay cosas que nunca podremos controlar y, por ende, hay que saber caminar entre piedras, y que somos más fuertes de lo que creemos. Sobre todo cuando lo hacemos unidos. Unidos, sin partidos políticos, sin bandos, sin derechas o izquierdas, somos más fuertes, más solidarios, más humanos.

Nunca pensé decir esto, pero ha sido un placer ser testigo de la grandeza de nuestra especie.

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