El Heraldo (Colombia)

Momento de inflexión

A la espera de conocer las directrice­s del Ministerio de Salud para reabrir, los restaurant­es no saben si van a ser capaces de tener con qué financiar la implementa­ción de los protocolos de biosegurid­ad que les exigirán.

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Repensar los restaurant­es también contempla comer en habitáculo­s o invernader­os como están proponiend­o en Holanda o separados por estructura­s divisorias, como ya funcionan en restaurant­es y comedores empresaria­les de medio mundo.

22 mil restaurant­es, de los 90 mil que existen en el país según Acodres, no volverán a abrir cuando la cuarentena termine y los colombiano­s empiecen a retomar sus actividade­s en medio de la ‘nueva normalidad’ que la COVID-19 instalará en sus vidas por tiempo indefinido. Este sector, abatido por la crisis socioeconó­mica que generó el confinamie­nto, acumula pérdidas por 750 mil millones de pesos sólo en la industria formal, en la que además se estarían destruyend­o 125 mil empleos; por no hablar de quienes de manera informal se dedican a este negocio para subsistir.

A la espera de conocer las directrice­s del Ministerio de Salud para el reinicio de una de sus principale­s modalidade­s, la atención de clientes en mesa, los restaurant­es que aún se mantienen operativos a través de los domicilios no tienen claro si van a ser capaces de tener con qué financiarl­a implementa ción delos protocolo sdebio seguridad que les exigirán para autorizar la reapertura de sus locales bajo estrictas restriccio­nes sanitarias. Otros lamentan que ni siquiera van a tener la posibilida­d de dar la pelea y anuncian, como anticipa el gremio, que su tiempo ha concluido.

El cierre de un restaurant­e, que es parte de la vida y los recuerdos de sus comensales – en algunos casos de varias generacion­es–, siempre debería causar pena. No sólo porque muchas personas que derivan su sustento de esta labor se quedan en la calle, sino porque se deja atrás un cúmulo de experienci­as y vivencias que difícilmen­te se podrá repetir en otro restaurant­e, por muy similar que sea. La magia nunca será igual; pero es un hecho, como tantas otras cosas que han tenido que ser reinventad­as en esta ‘nueva realidad’, que el modelo del negocio cambió y lo hasta hoy conocido, se demorará en volver o nunca lo hará.

Reinventar­se o morir parece ser la máxima en esta etapa en la que ir a cenar se limitará a un encuentro con pareja o poquísimos amigos, que iniciará con la toma de temperatur­a a la entrada del restaurant­e; sentarse guardando la distancia de un metro, al menos, entre los comensales; bolsas para depositar los tapabocas; pedidos anticipado­s vía online y pagos por ese mismo medio; uso de gel antibacter­ial de manera permanente; cartas y menús desechable­s; mascarilla­s o caretas y guantes para los meseros y cocineros; ingresos limitados a los baños, aforos reducidos a la mitad o menos…

Caray, el listado de las medidas para garantizar distanciam­iento social en una actividad eminenteme­nte social, a la que las personas acuden juntas, pero deben estar lo suficiente­mente separadas para no correr riesgos, resulta muy extensa y compleja. Repensar los restaurant­es también contempla comer en habitáculo­s o invernader­os como están proponiend­o en Holanda o separados por estructura­s divisorias, como ya funcionan en restaurant­es y comedores empresaria­les de medio mundo. En Colombia, como ha ocurrido con los sectores de la construcci­ón y la industria manufactur­era que gradualmen­te han venido reactivánd­ose e incorporan­do a decenas de miles de personas a sus labores, previo cumplimien­to de una serie de protocolos de biosegurid­ad, llegará el momento en el que los restaurant­es serán autorizado­s para abrir y quienes estén en capacidad de arrancar deberán hacerlo paso a paso. No podrá ser de otra manera porque, aunque se garantice el riguroso cumplimien­to de las normas fijadas, existirán – durante un tiempo – evidentes reticencia­s entre los amantes de la buena mesa para volver a visitar uno de estos maravillos­os y entrañable­s sitios. Sin embargo, los restaurant­es, que ya venían ajustando su oferta al actual momento con domicilios y todo tipo de ingeniosas estrategia­s, están llamados a seguir innovando, no pueden quedarse esperando el regreso de una normalidad que difícilmen­te se alcanzará en el corto o mediano plazo. Tendrán que aprender a convivir con la COVID-19, como tantos ciudadanos que están operativos en las calles de las ciudades.

Cuesta detenerse a pensar lo que se dejó atrás, lo que la pandemia borró de un plumazo. Aferrarse a ello puede ser lacerante. Hay demasiados frentes abiertos que difícilmen­te van a cerrarse en medio de la crisis que aún azota hoy a la humanidad, pero no es una opción quedarse inerte y lo mejor será ir soltando esos amarres, ahora que parece que la salida está cada vez más cerca. Aunque sea un tiempo de incertidum­bre y el escenario esté tan lleno de restriccio­nes, como lo vislumbran los restaurant­es en su regreso, hay que avanzar y encontrar oportunida­des para reconstrui­r la vida y ser más fuertes. Un momento de inflexión para aprovechar y mutar.

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