El Heraldo (Colombia)

Añorando el rebaño

- Por José Amar Amar

Estos días de encierro hemos aprendido a conectar de nuevo con lo sencillo de la vida: valorar lo simple, leer un libro, cocinar, sentir el transcurri­r de las horas, que a veces se sienten demasiado lentas.

No niego que me angustia la sensación extraña de que —aunque mantengo conexión vía internet en las redes sociales y clases virtuales—, no puedo entrar en el mundo de una manera real. No estamos presentes en el mundo; este gira sin uno porque esta pandemia lo ha cambiado todo.

No sé si a usted le ocurre lo mismo, pero cada día se añora más el rebaño. Tomar un café con los amigos, salir a las calles y centros comerciale­s, hablar con los alumnos sin que medie una pantalla, escuchar los chismes del día, sentir la amistad y solidarida­d, que es lo que mantiene nuestra vida comunitari­a.

Hay un deseo intenso de estar presente en el mundo, en una relación cara a cara, sin tapabocas, sin sentir miedo del contacto del otro y sin entrar en pánico si alguien estornuda. Los seres humanos somos gregarios, nos gusta vivir en rebaño.

También hay una angustia por el presente, el futuro del país y de toda la sociedad. Algunos buscan la tranquilid­ad en la religión, otros esperamos una respuesta oportuna de la ciencia, que hasta ahora lo único que sabe es que sabe muy poco sobre este virus, y que no hay una solución a corto plazo.

Con frecuencia escucho al presidente Duque y a su equipo, que se esfuerzan por llevar tranquilid­ad y nos anuncian nuevas medidas; la mayoría de corto plazo porque cualesquie­ra sean los recursos, estos son insuficien­tes cuando hay que cubrir simultánea­mente muchos ámbitos, especialme­nte tres de ellos.

El primero es cuidar la salud de las personas. Esta pandemia nos encontró con un sistema de salud frágil. Aunque hasta ahora, comparativ­amente, no nos ha ido tan mal, no deja de sentirse desazón ante el balance diario del número de fallecidos.

El segundo ámbito es la economía del hogar. Más de 10 millones de colombiano­s, la mayoría cabezas de familia, se encuentra en la paradoja que si salen de la casa amenazan su salud y la de su familia; pero si se quedan en casa pueden morir de hambre. No todas las personas padecemos la pandemia de la misma manera. Nunca la pobreza y la informalid­ad laboral se habían hecho tan evidentes como ahora. Aunque hemos constatado mucha solidarida­d, esta cuarentena ha profundiza­do aún más las desigualda­des.

El tercer ámbito es la economía empresaria­l. La inmensa tarea de que en estos meses de cuarentena no desaparezc­an las empresas y el frágil desarrollo empresaria­l del país, es también tarea del Gobierno. Se deben tomar en estos momentos las medidas necesarias de protección.

Es difícil pensar que volveremos a la normalidad de nuestra antigua existencia. El virus está destruyend­o muchas vidas y creando un desastre económico incalculab­le. Muchos pregonan que esta trágica experienci­a nos hará cambiar para bien y nos volveremos mejores personas. Sobre esto soy un escéptico. Hegel escribió que lo único que podemos aprender de la historia es que no aprendemos nada de la historia. Amanecerá y seguiremos dándonos garrote.

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