El tema que no acaba
Resumamos: En línea con los intereses inaplazables de la patria, el Congreso de la República en sesiones virtuales aprobó elevar el carriel a patrimonio nacional. Mientras tanto, pasó de la centena el número de líderes sociales asesinados, se apoyó el declarar terrorista al país que acogió las negociaciones de paz, llovieron pedidos de clemencia por políticos condenados por corrupción, quedaron en libertad implicados en robos y estafas millonarias, unos anormales practicaron boxeo con gatos y perros, el Concejo aprobó sin leer un Plan de Desarrollo, en el Ministerio más técnico nombraron a alguien sin experiencia y el aplausómetro se disparó, cayó una pertinaz lluvia y se fue la luz mientras retornaron los colchones flotando en los arroyos; y seguro sigue un largo etcétera. A este paso, lo del COVID será apenas una anécdota, como el aumento de los contagios en ciudad y departamento producto, entre otras cosas, de la misma ignorancia y flojera mental de los que en las elecciones votan por los que roban, no leen, y/o elevan el carriel a patrimonio nacional.
En este escenario, bueno es que Ángela Merkel resalte el valor del periodismo crítico ante el avance de los totalitarismos. Trazada la línea que lo separe, de una vez y para siempre, tanto de la adulación cómplice como de la inquina destructora, el ejercicio periodístico centrado en el servicio ciudadano se fija en los hechos para buscar y comparar datos, opiniones diversas contrastables y puntos de vista complementarios; todo con la mayor asepsia ideológica posible. Desde allí la audiencia podrá (o siendo realistas, podría) quedarse con lo que considere relevante para inefablemente construir su propia opinión, su propia verdad.
El primer problema está en la trazada de la línea. La pauta, el amiguismo, las mieles del poder o la defensa de la lonchera derivaron en lo difusa de la necesaria “cordial distancia”, esa que cada vez parece existir menos y que la audiencia está aprendiendo a reconocer y rechazar. La credibilidad, patrimonio fundamental del periodismo, se menoscaba cada vez que esa línea se cruza sin pudor.
Y cuando desde el periodismo aparecen propuestas críticas sustentadas en datos, hechos y testimonios contrastables, no pocas veces es el poder el que procura desacreditarlo apelando a señalarlo como detractor o enemigo, activando bodegas, mandando razones o cancelando contratos. Cualquier democracia con un mínimo atisbo de seriedad protege la libertad de prensa porque tiene clara su relevancia y pertinencia. Aquí no se trata de ser amigos o de parecernos simpáticos. Se trata de hacer lo que toca.
Le toca también al periodismo dejar clara la diferencia entre información y opinión, sin manipular la primera ni esconder la segunda. El hecho es uno solo. Los datos se revisan y se prueban. Toda opinión es posible. Lo que no puede pasar es que se presente como información lo que viene de la opinión.
Este tema no acaba. No por ahora.