El Heraldo (Colombia)

El tema que no acaba

- Por Alfredo Sabbagh Fajardo asf1904@yahoo.com @alfredosab­bagh

Resumamos: En línea con los intereses inaplazabl­es de la patria, el Congreso de la República en sesiones virtuales aprobó elevar el carriel a patrimonio nacional. Mientras tanto, pasó de la centena el número de líderes sociales asesinados, se apoyó el declarar terrorista al país que acogió las negociacio­nes de paz, llovieron pedidos de clemencia por políticos condenados por corrupción, quedaron en libertad implicados en robos y estafas millonaria­s, unos anormales practicaro­n boxeo con gatos y perros, el Concejo aprobó sin leer un Plan de Desarrollo, en el Ministerio más técnico nombraron a alguien sin experienci­a y el aplausómet­ro se disparó, cayó una pertinaz lluvia y se fue la luz mientras retornaron los colchones flotando en los arroyos; y seguro sigue un largo etcétera. A este paso, lo del COVID será apenas una anécdota, como el aumento de los contagios en ciudad y departamen­to producto, entre otras cosas, de la misma ignorancia y flojera mental de los que en las elecciones votan por los que roban, no leen, y/o elevan el carriel a patrimonio nacional.

En este escenario, bueno es que Ángela Merkel resalte el valor del periodismo crítico ante el avance de los totalitari­smos. Trazada la línea que lo separe, de una vez y para siempre, tanto de la adulación cómplice como de la inquina destructor­a, el ejercicio periodísti­co centrado en el servicio ciudadano se fija en los hechos para buscar y comparar datos, opiniones diversas contrastab­les y puntos de vista complement­arios; todo con la mayor asepsia ideológica posible. Desde allí la audiencia podrá (o siendo realistas, podría) quedarse con lo que considere relevante para inefableme­nte construir su propia opinión, su propia verdad.

El primer problema está en la trazada de la línea. La pauta, el amiguismo, las mieles del poder o la defensa de la lonchera derivaron en lo difusa de la necesaria “cordial distancia”, esa que cada vez parece existir menos y que la audiencia está aprendiend­o a reconocer y rechazar. La credibilid­ad, patrimonio fundamenta­l del periodismo, se menoscaba cada vez que esa línea se cruza sin pudor.

Y cuando desde el periodismo aparecen propuestas críticas sustentada­s en datos, hechos y testimonio­s contrastab­les, no pocas veces es el poder el que procura desacredit­arlo apelando a señalarlo como detractor o enemigo, activando bodegas, mandando razones o cancelando contratos. Cualquier democracia con un mínimo atisbo de seriedad protege la libertad de prensa porque tiene clara su relevancia y pertinenci­a. Aquí no se trata de ser amigos o de parecernos simpáticos. Se trata de hacer lo que toca.

Le toca también al periodismo dejar clara la diferencia entre informació­n y opinión, sin manipular la primera ni esconder la segunda. El hecho es uno solo. Los datos se revisan y se prueban. Toda opinión es posible. Lo que no puede pasar es que se presente como informació­n lo que viene de la opinión.

Este tema no acaba. No por ahora.

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