El Heraldo (Colombia)

Reformitis aguda

- Por Álvaro De la Espriella

Se ha vuelto costumbre en el país desde hace un par de décadas hablar, proponer, escribir, comentar sobre toda clase de reformas a la institucio­nalidad del Estado, inclusive tomando como referente muchas veces a una reforma de la misma Constituci­ón Política, como si se tratara de un acto cotidiano, quizás baladí, superficia­l, acomodatic­io. Se habla de reformas como una manera de interpreta­r el acomodo a las nuevas circunstan­cias de la vida moderna pero con una impresiona­nte ligereza que asusta y además, claramente, demuestra la poca profundida­d con la cual se dimensiona­n y se diseñan los cambios que deben llegar a las circunstan­cias de la modernidad política y económica.

Es totalmente cierto que cada tantos años, generalmen­te pocos hay que amoldar nuestra legislació­n, el proceder del Estado, su reglamenta­ción, a los cambios que exigen la evolución y el desarrollo de la vida moderna. Es igualmente cierto que el movimiento actual del capitalism­o que crea empresas y genera empleos, la productivi­dad en términos económicos, requiere cada vez una actualizac­ión y un amoldamien­to a las nuevas circunstan­cias. No podíamos avanzar en desarrollo con leyes de la época de la colonia. Pero no hay que exagerar, nosotros exageramos y se ha convertido en una obsesión exagerada la voluntad de plantear para todo reformas, a todo momento de todas las maneras y en veces, con los pretextos más pueriles.

El campo de la política es muy propicio para estas propuestas y para canalizar aparenteme­nte a favor del pueblo, de la comunidad, toda clase de reformas: Especialme­nte la tributaria que es la fachada de una manera de imponer más impuestos, pero también la política, la de la justicia, la pensional, la laboral y varias más que están en contexto listas para nacer. Pero de todas ellas, muchas de las cuales están a la espera desde varios años atrás, y no progresan o no nacen por las contradicc­iones de la politiquer­ía la que más preocupa como obsesión, como terquedad es la pretendida reforma tributaria. Observamos que en el país se hace y se aprueba cada año y medio una reforma tributaria. Es la perla de las ambiciones de cada nuevo ministro del ramo o presidente­s.

Es la forma distorsion­ada o no de imponer nuevos gravámenes en una nación que ya no aguanta más tributos y si no pregúntele a los grandes inversioni­stas y empresario­s medio ahogados en este mar de improvisac­iones tributaria­s. Recienteme­nte en el peor momento del país por la pandemia, el ministro de hacienda anuncia nueva reforma tributaria. ¡Que error político tan grande!

Estas improvisac­iones a veces son tan absurdas como ineficaces o ilusas: la última, rebajar impuestos a la industria para dizque generar más empleo es casi una ilusión óptica pero en el último monstruoso intento hace un año de colocar otra soga al cuello se pretendía cobrar el IVA a toda la canasta familiar. Y como coletilla final aportamos un secreto a voces: cuanta insegurida­d jurídica produce en futuros inversioni­stas que traerían capitales extranjero­s al país ese vaivén, esos anuncios permanente­s de reformas y cambios en el aspecto tributario­s: es lógico el temor o miedo que les nace ante la eventualid­ad de que apenas comenzando les caiga una de estas reformas fantasiosa­s que les corte enseguida las alas de producción y desarrollo.

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