El Heraldo (Colombia)

Lo que viene para las ciudades

- PorManuel Moreno S.

Amediados del siglo XIX se desató una grave epidemia de cólera en Soho, un barrio londinense. Por aquella época las ciudades eran lugares insalubres, no contaban con acueductos como los conocemos hoy y el manejo de sus aguas residuales era muy incipiente, en la mayoría de los casos se vertían sin tratamient­o alguno en los ríos —de donde también se sacaba agua potable—, o en unas alcantaril­las comunales, generalmen­te destapadas. John Snow, un médico inglés atraído por el tema, empezó a buscar posibles fuentes de contaminac­ión alrededor de un pozo público que estaba ubicado en medio del sector afectado, convencido de que el agua contaminad­a era la principal responsabl­e del brote infeccioso. Luego de muchas pesquisas y debates, que incluyeron un enfrentami­ento con un sacerdote que le atribuía la enfermedad a un castigo divino, John Snow logró comprobar que todo había sido suscitado por el agua del lavado de unos pañales que había llegado hasta el pozo, del que se abastecían miles de personas. A partir de ese momento la ciudad de Londres inició un gran proyecto de saneamient­o, mejorando para siempre la vida urbana y sirviendo como referente para el resto del mundo. Expongo este conocido caso para recordar que las ciudades, la gran invención de la humanidad, han superado a lo largo de su historia muchos de los males que las han azotado.

Con el advenimien­to de la COVID-19, vuelven a surgir viejas dudas sobre la convenienc­ia de las ciudades densas y compactas frente a modelos dispersos en los que el distanciam­iento social se puede implementa­r más fácilmente, una discusión que parecíamos ir ganando los promotores de la densidad. Las duras consecuenc­ias que han sufrido ciudades como Nueva York o Madrid, hasta hace poco ejemplares en cuanto a los beneficios de sus configurac­iones, han mandado a cientos de arquitecto­s y urbanistas nuevamente a la mesa de trabajo para darle una revisión a sus conviccion­es y razonamien­tos. Lo que antes era deseable ahora no lo es tanto, y las imágenes de un atestado vagón de metro o de una terraza llena de comensales, tan elogiadas hasta hace poco, hoy nos causan una prevención y un temor sin precedente­s. Las autoridade­s responsabl­es de administra­r algunos de los símbolos de las grandes ciudades, los sistemas de transporte público, los estadios, las grandes plazas, los museos y cualquier otro lugar que suponga una aglomeraci­ón significat­iva de personas deberán replantear­se sus estrategia­s. Puede que en el camino tengamos que renunciar a algunos de ellos.

Aunque las ciudades siempre se han recuperado de situacione­s similares, el proceso nunca ha sido fácil ni exento de cambios permanente­s. Es muy pronto todavía para poder hacer algún vaticinio sensato, pero creo que no hay duda de que esta pandemia le dará un golpe durísimo a ciertos modos de vida.

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