Perdiendo la fe
Me refiero a la fe científica, la que se basa en los hechos, no a la fe religiosa, ya que no creo en ninguna religión. La duda me nace después de preguntar a dos hermanos míos, Germán Medina, ingeniero electrónico, y Carlos Urbina, médico, con respecto a la posibilidad de cambiar nosotros los llamados seres humanos, teniendo en cuenta lo que observamos del comportamiento en general de las personas al enfrentar la situación mundial planteada por el COVID-19. Son personas a quienes respeto por su pensamiento crítico y lo que me aportan en estas elucubraciones.
Me resultó una agradable coincidencia saber que ambos, desde dos metáforas diferentes, están de acuerdo en lo fundamental de su apreciación, no esperaba menos de los dos. Fueron contundentes en su diagnóstico: el ser humano no va a cambiar con esta crisis por devastadora que sea. El médico me sostiene desde hace algún tiempo que el ser humano no ha evolucionado a la altura de las exigencias del desarrollo de la propia vida; es más, me dice que, peor aún, está involucionando. El ingeniero me contesta en tono bíblico “¡Jamás!, los dioses fueron ingenuos al crear tantos Leviatanes para que les hicieran competencia; el día que las huestes celestiales acaben con todos esos monstruos, entonces, cambiaremos”.
Como evolucionista, me llama la atención la coincidencia de ambos en la ubicación del problema a niveles muy profundos del cerebro, a niveles evolutivos animales. La involución a un estado mínimo animal sería quedarnos con el cerebelo y el tallo cerebral para cumplir las funciones de respirar, comer, eliminar, dormir, copular. Es lo que el neurocientífico Paul McLean, en su descripción de la evolución del cerebro hacia un cerebro triúnico, dijo que el cerebelo y el tallo cerebral cumplen las funciones del cerebro del reptil, por eso, lo denominó cerebro protoreptiliano.
El punto de encuentro de las dos visiones es que el Leviatán, el monstruo bíblico, es una serpiente. Y, cuando tengo frente a mi cerebro esas sincronías, que no coincidencias, las neuronas se encienden y me hacen preguntas. ¿Será que mi actitud frene a la evolución es académicamente rígida o ingenua y pretendo ver un ser humano que avanza en lugar de quedarse estancado o retroceder?
Porque yo sé que el cerebro debe seguir evolucionando y que, al no poder vencer la prisión de los huesos del cráneo, debe transformarse. Entonces me asalta la duda, ¿transformarse en qué? También sé que la vida es ensayo y error y me hago una pregunta horrible: ¿será que nos tocó un período de la evolución hacia el lado del error y nos toca lidiar con eso por un tiempo inimaginable hasta cuando haya otro giro evolutivo?
Esta pandemia nos ha mostrado lo vulnerables que somos y lo caótico que es el mundo, en el cual no controlamos nada; también, nos ha confrontado a cada uno de nosotros para desnudar quiénes somos en realidad.