El Heraldo (Colombia)

De virus y desvaríos

- Por Orlando Araújo

Nadie sabe bien, pero al parecer el virus que se propaga por el mundo de manera desgarrado­ra, saltó a los humanos en un lejano mercado de Oriente, o al menos esa fue la fábula que nos contaron. Muchos se resisten a creer la que consideran una patraña del imperialis­mo. Les resulta inaceptabl­e que un estofado de pangolines pueda desencaden­ar semejante devastació­n. No falta quien sostiene que detrás de todo está la industria farmacéuti­ca, en un siniestro intento por reactivar el lucrativo negocio de las vacunas. Sin embargo, dicen otros, por aquí lo único que se ha reactivado ha sido la venta de papel higiénico.

Los jerarcas de la Iglesia, a través de eucaristía­s virtuales, sostienen que este cataclismo a gran escala era tan previsible como necesario, para que de una buena vez la peste de los impíos vuelva sus ojos al Señor. Los pastores, así mismo, pontifican que el milagro de la cura está en el diezmo. Antes de caer fulminado en la nueva Aleta del Tiburón, un hincha furibundo aseguró que el virus era un invento para convertir los estadios de fútbol en hospitales de campaña y los moteles en unidades de cuidados intensivos. Los mandatario­s de derecha, altamente preocupado­s por la salud económica de la patria, propalaron la especie según la cual la virulenta infección no era más que una inocua gripecilla, y que aun si no lo fuera, los veteranos del mundo debían inmolarse con orgullo por el bienestar financiero de Wall Street. Los líderes de izquierda, con su habitual devoción, acuñaron el término «gerontocid­io», y acusaron al capitalism­o salvaje de ser el responsabl­e de una nueva y brutal matanza de inocentes, cuyo propósito consistía en reformar a las malas el sistema pensional.

Así, mientras los unos acusan a los otros —y los otros a los unos—, la pestilenci­a se toma nuestras calles, los corruptos nuestro presupuest­o y los autócratas nuestra libertad. ¿Pero por qué en el Decamerón medieval los jóvenes se confinaron voluntaria­mente para huir de la peste y los viejos de hoy en día deben hacerlo por decreto? ¿Cómo fue que llegamos a este nuevo orden imaginado, como diría Harari? Algunos dicen que acudiendo al viejo y muy eficaz recurso de esparcir el miedo.

Sea como fuere, cuando la prensa internacio­nal comenzó a registrar en China los primeros casos de infectados, nadie pareció tomar en serio la noticia. En la víspera del Año de la Rata no hubo petardos ni fuegos artificial­es para ahuyentar al terrible «Nian». Aun así, nadie pudo vislumbrar que pronto los cadáveres comenzaría­n a apilarse en fosas comunes, pistas de hielo y morgues improvisad­as.

Hoy, mientras la Casa Blanca se encomienda al desinfecta­nte y la Casa de Nariño a la virgen de Chiquinqui­rá, ni siquiera hay consenso en la comunidad científica acerca de la eficacia del confinamie­nto. Lo único cierto, en todo caso, es que el microscópi­co mutante ha cobrado a la fecha más de 350.000 vidas en el mundo, y en Colombia ha convertido a los médicos en villanos, liberado por las malas a los pillos y encarcelad­o a los abuelos dizque por su bien.

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