SOÑAR EL REGRESO
En las horas difíciles hay que mantener el temple y el coraje; sin embargo, también se vale imaginar el mañana. EL HERALDO recorrió sitios que hoy se añoran en el Caribe colombiano.
Anclado en una desgastada silla blanca, empotrada en una terraza alta en frente de los restos del otrora muelle más importante del país, ausente de casi todo lo que pasa a su alrededor, mientras su mirada se pierde en el horizonte del mar, pasa sus días Juan Manotas.
Sus ojos reflejan nostalgia y su voz algo de melancolía, sentimientos que afloran cuando habla sobre la situación actual de Puerto Colombia, un pedazo de tierra que alguna vez fue el lugar más emblemático del Atlántico y hoy se encuentra apenas en recuperación; donde sus playas, el principal atractivo turístico y motor de la economía del lugar, lucen desérticas, adormecidas y arrulladas por el relajante y cíclico sonido de las olas.
Hace más de 60 días que los turistas no llegan a las costas de este municipio y todos conocen las razones. La pandemia del nuevo coronavirus y las reglamentaciones gubernamentales han hecho mella en el lugar, que solo es visitado por nativos, pescadores y por una que otra pareja romántica empedernida que, de vez en cuando, se sienta sobre los espolones a conversar de cualquier cosa o simplemente a observar fijamente el siempre bonito atardecer, con su gama de colores característicos, reposando sobre la lejanía donde parecer acabar el mar.
Y es que ya las playas del Atlántico perdieron el aroma a mojarra frita, a arroz de coco, a cazuelas de mariscos, a pulpo al ajillo y a patacones. Ya no se ven niños haciendo castillos de arena, negras ofreciendo masajes con aceite de naranja y mucho menos vendedores ambulantes –con sus respectivos encantos y palabrerías para hacer la venta del día– poniendo a disposición desde tatuajes temporales y gafas de sol, hasta helados y manillas artesanales.
“Es impresionante cómo ha cambiado todo. Yo tenía mis ganancias administrando un parqueado mientras las personas comían en los restaurantes, pero mira cómo ha cambiado todo. En un puente, como el del Día de la Magareños, esto hubiera estado repleto, pero no fue así. Igual sigo viniendo todos los días a sentarme y ver el mar”, contó Manotas.
A pesar de que toda actividad comercial es nula, que por ahora el disfrutar de un siempre deseado chapuzón está restringido, estar en una playa sigue siendo un placer enorme y, sobre todo, un plan divertido. Mucho más en las condiciones actuales que invitan a pensar en los paisajes del ayer, seguramente mejores y exóticos por la virginidad de la zona.
“Es muy raro ver las playas de Puerto así. Pasan los fines de semana y solo llegan algunos nativos a bañarse y eso obviamente afecta la economía, pero dentro de todo hay mucha gente que disfruta ver las cosas como están ahora. Los atardeceres siempre han sido lindos, pero ahora mucho más porque está todo solo y es más relajante”, manifestó un pescador de la zona, que precisamente arribó a la costa cuando los rayos del sol empezaban a agonizar.
PROBLEMAS. La soledad de las playas y la casi inexistente afluencia de turistas han dejado una estela lógica de abandono y problemas en el sector. Hace tiempo que las casetas lucen arrumadas y echadas al olvido; miles de kilómetros que, de no ser por los cientos de perros que siempre están en ellas, podría parecer que estuvieran en el más grande olvido.
Los caninos que habitan en las playas, animales cariñosos y siempre juguetones, se pasean a sus anchas por las costas del Mar Caribe que pertenecen al departamento. No lucen desganados ni desnutridos por la falta de comida, pero se nota, en un primer contacto con periodistas de esta casa editorial, que les hace falta la concurrencia de gente que, además de comida, siempre les brindaban mimos cuando los veían.
“Ellos no se han muerto de hambre porque la gente ha pensado en ellos y les traen constantemente comida a la playa. Uno permite eso porque ellos siempre comían era de las espinas que les daban los turistas o cosas así. Además, siempre hay uno que otro habitante que viene acá a contemplar el mar y meditar y cosas así. Uno les permite algunas cosas porque todos extrañamos hacer las cosas de antes”, manifestó un salvavidas de las playas del Country.
SOBREVIVIR. Pero la suerte de los perros es muy distinta a la de los caseteros del sector, que han padecido duramente los estragos de no tener sus negocios abiertos.
“Eso era el día a día de uno. No teníamos de otra, pero ahora las cosas han cambiado y nos tocó cerrar. Nos ha golpeado duramente, pero hemos intentado mantenernos gracias a Dios porque uno siempre se las ingenia”, aseguró Robynson Morán, mientras su esposa respaldaba todo lo que decía con los movimientos de su cabeza.
Tras charlar con varios ludre, que siempre sacan a flote anécdotas que han vivido en las misteriosas e impredecibles aguas abiertas, se podría llegar a la conclusión de que a pesar de lo malo, el mar – según ellos– parece ayudarlos en momentos complicados. Como si les diera un obsequio por “respetarlo”, como si supiera que aquellas caras conocidas que buscan sustentos todos los días, necesitan de su protección.
“Que la gente no venga más a las playas ha hecho que todo esté más tranquilo y los peces más grandes se atreven a estar por aquí. Eso ha sido nuestra ayuda porque cuando pescamos uno grande lo vendemos entre nosotros y así todos nos podemos ayudar. Es más, a veces hay uno grande y uno no lo puede sacar y vienen los vecinos con arpón para sacarlo. Yo creo que el mar también nos da una manito (risas)”, agregó Morán.
NUEVA REALIDAD. El drástico cambio que ha tenido en el mundo es algo que no se puede negar, pero a pesar de lo complejo y malo que pueda llegar a ser la situación actual, por alguna razón estar más de cinco minutos en una playa llena el alma de paz, de nostalgia, de algo de esperanza para muchos habitantes.
“Te da la sensación que algún día todo será como antes, que esto de la pandemia solo será como el mar, que a veces está picado o turbio, pero luego se tranquiliza”, dijo un veterano pescador en las costas de Punta Roca, que ya no cuenta con la presencia de los jóvenes y ágiles surfistas.
“Es fácil o nos morimos o seguimos viviendo y pues yo tengo ganas de vivir. Claro que todo esto da mucha nostalgia”, agregó.
Quizás solo sea un romántico pensamiento del pescador, pero en sus palabras hubo algo de cierto.
Por el mundo han pasado un sinnúmero de eventos catastróficos, pero al final, luego de los momentos oscuros, todo “ha vuelto a la normalidad”.
Todos hemos vuelto a sonreír, todos hemos vuelto a hacer las cosas cotidianas del ayer y, como dato para destacar, todos hemos vuelto de nuevo a disfrutar de la playa.