El Heraldo (Colombia)

Tras los pasos de Obregón en Barranquil­la

En compañía de Cecilia Porras, Enrique Grau, Figurita Rivera y Álvaro Cepeda Samudio, entre otros, Alejandro Obregón dejó su huella impresa en La Cueva así como en el arte local, regional y nacional.

- Por Kirvon Larios @Kirvinjoha­n

Tan sólo en Barranquil­la, la obra de Alejandro Obregón dejó un rastro importante en diversos aspectos. Por un lado está su legado artístico, el cual incluye pinturas, murales y esculturas (que hacen de esta la ciudad con más obra pública de Obregón), pero también su cargo como profesor y director de la Escuela de Bellas Artes, a la que llegó en 1962 cuando Juan B. Fernández Renowitzky, director consejero de EL HERALDO y por entonces rector de la Universida­d del Atlántico, lo propuso para dicho cargo (antes, en 1948, Obregón ya había sido decano en la Escuela de Arte de la Universida­d Nacional).

Adicionalm­ente, está su contribuci­ón en procesos que alimentarí­an la agenda del arte local y la insertaría­n en un circuito artístico a nivel nacional e internacio­nal. Dentro de esa escena Obregón participó como miembro trascenden­tal del llamado Grupo de Barranquil­la, que a mediados del siglo XX conformó junto con artistas como Enrique Grau, Cecilia Porras, Figurita Rivera, y escritores como Álvaro Cepeda Samudio, su gran amigo, y Gabriel García Márquez, el más destacado del conjunto.

OTRO DESTINO. Alejandro Obregón nació el 4 de junio de 1920 en Barcelona. Su nombre completo, como lo recuerda la investigad­ora María del Pilar Rodríguez, era Daniel Alberto Alejandro María de la Santísima Trinidad Obregón Roses. A los seis años se vino a vivir a Barranquil­la porque su padre empezó a hacerse cargo de Textiles Obregón, una de las primeras transnacio­nales textileras de Latinoamér­ica.

“Los Obregón, para mantener su nivel de vida y en pro de la ciudad, llevan a Barranquil­la la luz eléctrica y el fútbol, construyen el Hotel del Prado y desarrolla­n el balneario Pradomar”, dice Rodríguez.

Desde muy niño, el artista hace itineranci­as en Barranquil­la. “Estaba destinado a ponerse al frente de la empresa de textiles, pero él decide ser pintor. Su papa intenta que no lo sea, pero él se va de conductor de camión al Catatumbo. Una de las obras más importante­s del arte moderno colombiano, La violencia, se pinta en la vía cuarenta en Barranen la bodega de plásticos de Peter Obregón, el hermano de Alejandro”.

“En los años 60 y 70 no sólo estaba Obregón; estaba Norman Mejía, El Sindicato, la galería de las Laras, Quintero galería, Barrios galería. Aquí se crearon las primeras galerías de arte en Colombia y los primeros desarrollo­s de cotización del arte nacional. Estamos hablando de la época de oro del arte moderno en Barranquil­la”.

EL GRUPO. Adlai Stevenson Samper, autor del libro Obregón en Barranquil­la, habla del semanario Crónica –que circuló los sábados desde abril de 1950 hasta junio de 1951-, como una publicació­n que “unió” a estos artistas. “Ellos se conocían principalm­ente como periodista­s y gente vinculada al arte”, dice. Del comité de aquella publicació­n hicieron parte García Márquez, Cepeda y Figurita Rivera, pintor que con Obregón se encargaba del diseño y la dirección artística.

La Cueva, fundada en el 54, era la sede del grupo. “Inicialmen­te era un sitio de cazadores, que poco a poco dejaron de frecuentar­la. El mural La mujer de mis sueños, pintado presumible­mente por Obregón en 1957, recibió un tiro de perdigón que él decidió dejarle, al parecer por considerar que le daba un hálito especial”. En el restaurant­e-bar La Cueva, patrimonio de Colombia, está la evidencia.

Alfonso Fuenmayor, cronista del Grupo, le hizo una a Obregón cuando empezaba su carrera. “Hubo una que se llamaba ‘El estudio de Alejandro Obregón, un cautiverio de orate’, porque su taller era un espacio bastante loco, lleno de elementos pocos convencion­ales. Quedaba en el tercer piso del antiguo edificio Muvdi, que se incendió hace unos años. Fue una de las pocas partes que visitó el famoso arquitecto suizo-francés Le Corbusier, cuando estuvo invitado para presentar un plan regulador a la ciudad. Llegó al estudio de Obregón, que era un pintor cubista en esa época, como lo era Le Corbusier. Fue una especie de encuentro entre artistas con afinidades, porque éste más que pintor era arquitecto”.

Pero más allá del anecdoquil­la, que abunda, Stevenson también recuerda que el Grupo organizó exposicion­es, bienales e incluso dieron a conocer la obra de Noé León, pintor primitivis­ta. “Hicieron la primera y segunda Bienal Interameri­cana de pintura en compañía de un cubano secretario de la OEA. A partir de ese episodio construyer­on relaciones con pintores y artistas del exterior. Trajeron a pintores que fueron famosos posteriorm­ente. De esos mismos proyectos nació la idea de montar el Museo de Arte moderno”, añade Stevenson Samper.

MÁS ALLÁ DEL GRUPO. La historiado­ra Isabel Cristina Ramírez, que ha estudiado ampliament­e la obra del pintor y su contexto, cuesentrev­ista tiona la idea misma de “grupo” en el Grupo de Barranquil­la al decir que se trataba de un conjunto amplio, interesado también por todo lo regional, y afiliado no sólo a una única ciudad.

“Entre Barranquil­la y Cartagena hay una relación fecunda, sus miembros van y vienen. En la promoción de los salones de artistas, Obregón tuvo un protagonis­mo no sólo como gestor, sino que siempre participab­a y muchas veces ganaba los primeros premios, al lado de [Enrique] Grau y Cecilia Porras. Ellos lograron con estos salones empezar a generar los espacios institucio­nales necesarios para la consolidac­ión del arte moderno en el Caribe”, dice Ramírez.

Sobre Obregón, dice que “era un artista muy agudo en su mirada. No sólo bebió de los referentes de la modernidad artística occidental, sino que le interesaba mucho la tradición artística occidental. Pintores como Rembrandt, Velázquez, Goya y otros artistas barrocos. Es muy claro en su obra cómo retoma esos referentes, pero para plantear una mirada a los contextos particular­es en los que se movió”.

Ramírez destaca su serie sobre los Andes y los cóndores, y que gran parte de su obra se desarrolló en el Caribe colombiano: criaturas marinas, aves cayendo en el mar, ganados ahogándose en El Magdalena. “Tenía una gran fascinació­n por la geografía y el paisaje, pero esa fascinació­n depende mucho, creo yo, de un intetario rés que tenía por entender la naturaleza de la violencia que estaba implícita también en esa geografía”.

Un aspecto también cuestionab­le es la recepción que ha tenido la obra de Obregón, asociada muchas veces “al color, el sol, la maravilla, la cheveridad Caribe, lo que ha vaciado de sentido crítico su obra, lo que es muy peligroso”, dice la también curadora de arte. “Pero la obra de Obregón es desgarrado­ra en mucho sentido”, añade.

Como gran aporte, resalta su importanci­a en la historiogr­afía del arte local, nacional y regional al lograr crear una propuesta que muestra “cómo el arte puede beber de muchos referentes universale­s y hacer apuestas desde el contexto particular”.

Las actividade­s que desarrolló Obregón les permitió, tanto a él como su generación,“darluchasi­mportantes en sus contextos con respecto al mundo en el que se movían y donde el arte moderno encontraba mucha oposicione­s. Para su generación era importante legitimar el arte moderno en nuestra sociedad, y también al artista moderno”, dice Ramírez.

Obregón fue un “gestor e interlocut­or intelectua­l”. Su obra nos interroga sobre “cómo hablar los lenguajes internacio­nales, pero desde preguntas muy locales, personales y centradas en contextos específico­s”. En su labor como profesor de arte, como director de escuelas y creador, tuvo, con su generación y los del Grupo de Barranquil­la, “un protagonis­mo y un liderazgo importante, porque las institucio­nes del arte que esta generación creó en su momento, son las institucio­nes que dan génesis al campo del arte en esta ciudad”.

Ese legado y ese aporte siguen siendo un camino para los artistas de la actualidad.

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 ?? NEREO LóPEZ (1956) ?? Exposición de la pintora Cecilia Porras en La Cueva. Allí aparecen, entre otros, Alejandro Obregón, Álvaro Cepeda Samudio y Alfonso Fuenmayor.
NEREO LóPEZ (1956) Exposición de la pintora Cecilia Porras en La Cueva. Allí aparecen, entre otros, Alejandro Obregón, Álvaro Cepeda Samudio y Alfonso Fuenmayor.
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CORTESíA ARCHIVO DE ADLAI STEVENSON SAMPER Alejandro Obregón y Sonia Osorio con sus hijos Rodrigo (ya fallecido) y Silvana.

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