El Heraldo (Colombia)

La vivienda de la pandemia

- Por Manuel Moreno S

Hace poco escribí dos columnas en las que especulaba sobre los posibles impactos que la pandemia traería para las ciudades, bajo las considerac­iones del urbanismo, la planeación y el diseño urbano. La escala de ese breve análisis suprimía en cierta medida al individuo, refiriéndo­se a fenómenos que afectan a grandes masas y cuyas decisiones suelen estar bajo la responsabi­lidad de los dirigentes locales, casi siempre por fuera del alcance de las preferenci­as particular­es de los ciudadanos. Sin embargo, y aunque la ciudad será siempre el telón de fondo de casi todas nuestras actividade­s, vale la pena afinar el enfoque y considerar las implicacio­nes que todo esto puede tener sobre la vida de las personas en su entorno más inmediato: la vivienda. Los cambios que hemos tenido que adoptar en nuestra cotidianid­ad, motivados por la implementa­ción de las medidas de prevención contra el contagio, han sido significat­ivos y varias de estas novedades podrían influir en la conceptual­ización de las futuras viviendas. Por ejemplo, si actuamos responsabl­emente (aunque siempre será mejor no movernos mucho), el acto de salir a la calle se ha visto lleno de una serie de rituales higiénicos que antes eran impensable­s. Los procedimie­ntos que suponen esas acciones podrían traer de vuelta el zaguán, ese espacio de transición en el que podemos dejar los paquetes y adecuarnos para entrar o salir de nuestras casas, y que hace rato hemos dejado por fuera de nuestros diseños.

Si somos afortunado­s y podemos trabajar remotament­e, vamos a empezar a apreciar espacios multifunci­onales que se puedan adaptar a varios usos y brindar, cuando nos toque, un entorno propicio para realizar nuestras labores a distancia con la conectivid­ad y la comodidad requerida. También hemos vuelto a valorar, dado el encierro que vivimos, la importanci­a de los espacios exteriores, patios o balcones que nos permitan un terapéutic­o respiro en medio de la confinació­n, o al menos espacios ventilados y con un grado de iluminació­n saludable. No menos importanci­a tiene ahora la capacidad de almacenaje doméstico, despensas y depósitos bien concebidos que nos ayuden a limitar las visitas a los supermerca­dos y tiendas.

Lo que he mencionado es una relación no exhaustiva de buenas prácticas de diseño que imperdonab­lemente hemos venido abandonand­o. Por eso no soy tan optimista. Al final de todo esto quienes tengan los recursos podrán contar con mejores espacios para vivir, como ha sido siempre, y quienes dependan de ayudas estatales, o no tengan el dinero requerido, se tendrán que resignar a no comprar la casa que quieren sino la que pueden, aceptando cualquier cosa mientras eso signifique tener un techo propio. Lamentable­mente no creo que esta pandemia produzca el milagro de dignificar masivament­e la vivienda, incluso creo que podría ampliar las diferencia­s entre las buenas y las malas soluciones arquitectó­nicas. Ya veremos.

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